Sevilla
El gran día del Corpus Christi
Pocos días hay en el año con mayor arraigo en la conciencia de nuestro pueblo que el Día del Corpus. Por pequeños que sean los pueblos, en todos se celebra con relieve. En algunos lugares como Toledo, Granada, Sevilla, Valencia, el esplendor de esta fiesta es maravilloso. Las custodias, preciosísimas joyas artísticas obras de los mejores orfebres, expresan la maravilla que portan, nada menos que a Cristo en persona, su Cuerpo para la vida del mundo, la gran bendición con que Dios nos ha bendecido.
La bendición con que Dios ha bendecido desde siempre a los hombres se hace actualidad de manera siempre nueva para nosotros y el mundo por el sacramento de la Eucaristía. Dios quiere bendecir al hombre, Dios bendice al hombre. Su gloria es nuestra gloria, su bendición es nuestro bien. Lejos de empequeñecer al hombre, le infunde luz, vida, verdad, amor y libertad para su progreso. Es cierto que muchos hoy se empeñan en vivir al margen de Dios y como si Dios no existiera. Es muy habitual en la sociedad encontrarse con hombres que programan su existencia, sin que Dios cuente para nada en ella. Son no pocos los que dicen no querer depender de nada ni de nadie que no sea él mismo. En este ambiente hablar de la bendición de Dios, del don de Dios parece que no tiene sentido, aunque sea la verdad que libera y engrandece.
La bendición de Dios, el don de Dios es lo más real, lo más inserto en el corazón del hombre, lo más anhelado por él: son, en efecto, muchos los que buscan y anhelan hoy –a veces sin saberlo– el rostro de Dios y que suplican su bendición. Son tantas las situaciones hoy y siempre en las que no puede por menos que surgir desde las raíces más hondas de su alma y de su experiencia histórica la humilde confesión de la necesidad de Dios. Me vienen a la memoria conversaciones con jóvenes metidos hasta lo más inimaginable en el abismo de la droga: «Sólo Dios llena, pero nos hemos alejado de Él, y estamos vacíos; por favor ayuden a los jóvenes a encontrar el don de Dios». «Los jóvenes somos muy frágiles, y por nosotros mismos no podemos hacer frente a la terrible fuerza de una sociedad que con su propaganda agresiva nos mete en el alcohol y la droga, en el sexo fácil y en la libertad absoluta de lo que me apetece, o nos zambulle en una sociedad de consumo y bienestar por encima de todo. Necesitamos a Dios». «He estado en momentos muy difíciles, me han tratado en varios centros de atención a toxicómanos. Y nada. Sólo cuando me he encontrado con Dios en su Hijo Jesucristo, he percibido el don de Dios, y me he curado». Estos testimonios de jóvenes expresan el drama del corazón humano, nos ponen en el núcleo de lo que celebramos en el Corpus Christi. Necesitamos la bendición, el don de Dios. Esta bendición no es otra que el Señor, que Jesucristo mismo. En la fiesta del Corpus Christi se proclama y se hace presente que Dios ha colmado al hombre de toda bendición en Jesucristo, porque en su Cuerpo entregado por nosotros y en su sangre derramada en rescate de todos y por nuestra salvación, nos ha amado hasta el extremo y nos lo ha dado todo con Él. Por Cristo, hecho hombre por nosotros, hemos palpado lo que el hombre es y vale para Dios, hasta el punto de haber entregado su Cuerpo y su Sangre en la Cruz, para la expiación de nuestros pecados, para vencer en la raíz de nuestra carne la tentación de rebelión contra Dios, de vivir al margen o en contra de Él. La esperanza está en este sacramento admirable que celebramos el día del Corpus.
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