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El «jogging»
No soy partidario del «jogging». Sarkozy se ha sumado a mi bando. Eso de correr por correr no entra en los comportamientos normales del ser humano. El hombre corre para huir o para llegar el primero. En toda carrera hay un objetivo, y eso no sucede en el «jogging». La relación de amigos fallecidos en plena práctica de esa desagradable actividad empieza a ser preocupante. Ese chándal, ese gesto desencajado, esa palidez en el rostro, esa mirada perdida... En las urbanizaciones, el «jogging» resulta doblemente arriesgado. Al siempre probable episodio vascular hay que añadir la inesperada presencia de un dóberman, un rottweiler o un perro lobo gruñendo y mostrando los colmillos al deportista a escasos centímetros de sus pantorrillas. En esos casos, la bobada del «jogging» recupera su razón de ser. Se corre para escapar de una mutilación segura. El reciente adinerado se rodea por sistema de perros poco agradables con los humanos que no son sus amos. Estos perros saben que la alegría en sus vidas depende de dos factores. La seguridad del condumio y la muy alta posibilidad de sorprender a un «joggista» en pleno esfuerzo. De ahí que la urbanización más idónea para practicar el «jogging» sea «Parquelagos», donde siempre hay un estanque a mano para salvar la vida cuando se huye de un rottweiler. En Puerta de Hierro, La Moraleja, Somosaguas y similares, han muerto muchos ejecutivos agresivos entre los dientes de los dóberman. Y no hay que culpar a los perros. Póngase en su piel. Usted es un perro y se halla guardando una casa. Guardar una casa es bastante aburrido. De pronto, usted oye una respiración fatigada cuyo sonido aumenta a medida que el deportista se acerca a la puerta de entrada de la casa que usted se ha comprometido guardar. Todavía no ha visto de qué se trata y a quién pertenecen esos aireamientos espasmódicos. Al fin lo ve. Es un humano que suda considerablemente, corre enfundado en un chándal naranja y pasa junto a su casa con notable displicencia. Es entonces cuando usted procede a elevarse, con un ágil movimiento muelle para superar la valla de la parcela, persigue al homínido, y con toda la razón y el derecho canino del mundo, muerde al corredor. Culminada su agresiva función, usted regresa a la casa cuya seguridad le han encomendado sus amos, salta de nuevo en dirección contraria y aguarda con gran ilusión el advenimiento de otro pelmazo. ¿Por qué padecen serios episodios vasculares los que corren sin ton ni son? Por el cambio obligado de ritmo que recomienda el mantenimiento de la integridad física cuando un perro decide entorpecer la marcha de los corredores. Sin perros en los parajes elegidos para hacer el indio, el «jogging» se limitaría a ser un ejercicio innecesario y controlado por el estado de forma de su practicante, pero no una trepidante carrera para escapar de las fauces de un perro que corre detrás de uno, como Wodehouse apuntaba, con evidentes deseos de mutilación. Andar a buen paso durante un largo paseo es otra cosa. A los perros no les cabrea la dignidad del viandante. Pero lo del «jogging», como se dice ahora, es muy fuerte. Sarkozy se ha salvado por los pelos, y porque los perros a quien muerden es al escolta. Pero no jueguen con fuego. Les deseo un agosto sosegado y feliz, sin «jogging» ni sustos. Y lo hago de corazón.
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