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El Kennedy del siglo XXI

La Razón
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«Un hombre como éste sólo surge cada 100 años». La declaración de Ethel Kennedy, viuda del malogrado Robert Kennedy, muestra que la proyección del joven senador por Illinois ha superado cualquier expectativa hasta transformarlo en un icono mediático planetario. Antes incluso de que Barack Obama diera rienda suelta a su sueño presidencial, o quizá el mismo día en que decidió que su futuro inmediato pasaba por la Casa Blanca, el paralelismo con John Fitzgerald Kennedy quedó marcado para siempre en su biografía. Siguiendo la estela de JFK, que se dio a conocer en la Convención Demócrata de 1956 (en la que casi logró ser elegido «número dos» de Adlai E. Stevenson), Obama eclipsó el 27 de julio de 2004, en la convención de Boston, a otro JFK -el entonces contrincante de Bush, John Forbes Kerry- con un vibrante discurso unitario y cercano, trufado de referencias a la familia y a la nación como proyecto integrador de todas las razas y confesiones del país. Un discurso que cualquiera podría suscribir, como casi todos los que, desde entonces, ha proclamado. Con pasión y temple, Obama cautivó a la audiencia y a la Prensa, que lo convirtió en el Kennedy negro. La edad de ambos -Kennedy lanzó su nominación con 43 años y Obama con 47-, su paso por Harvard y el hecho de que el candidato afroamericano se atreviera a convertirse en el segundo senador -tras JFK- en embarcarse en la aventura presidencial hicieron el resto. Si Kennedy ganó el Pulitzer en 1957 con «Profiles in Courage», Obama escribía «The Audacity of Hope», su visión para restaurar el sueño americano. Pasos tras las huellas del idealismo de JFK. Pronto las encuestas se encargaron de alimentar el mito. Todas confirmaron la capacidad de Obama para hipnotizar a la audiencia, no sólo la demócrata. Un sondeo del centro Pew ofreció un dato demoledor: el 71% de los consultados dijeron que Obama les motivaba, frente al 37% que afirmaba lo mismo de McCain. La novedad, como en el caso de JFK, es que por primera vez desde la era Reagan, un político ha logrado movilizar a todas las clases sociales, a todas las minorías por igual. Jóvenes, nuevos electores, mujeres, negros e hispanos. Si Kennedy derribaba muros desde su posición de católico militante, Obama recorría un camino igualmente complicado en un país donde hasta hace 30 años se imponían los prejuicios raciales. Como Kennedy, Obama se enfrentó a una Administración en su segundo mandato con una galopante recesión amenazando la economía. Como armas -en lugar del siempre efectivo discurso del miedo- Obama apeló al cambio optimista. De forma casi mesiánica, el candidato demócrata repitió los postulados sobre los que ha construido su figura y, como refuerzo, su equipo reprodujo con Michelle y sus dos hijas las imágenes de Kennedy junto a Jackie y los niños que el imaginario universal guarda en la memoria. Otro Kennedy, Edward el patriarca, brindó a Obama el respaldo definitivo del clan en un multitudinario acto en Washington. Allí la leyenda de JFK se transmutó en la espigada figura del nuevo presidente. «Mueve a los que todavía creen en el sueño americano», dijo Ted. «Por fin puedo votar por alguien como mi padre», sentenció Caroline Kennedy, la única hija viva de JFK. Hábil como comunicador y más aún como animal político, el 44º presidente de Estados Unidos pagó el peaje por el apoyo del clan y colocó a Biden en su «ticket». La cuota católica. Ni JFK lo hubiera hecho mejor.