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«El Mátrix progre crea niños caprichosos que luego hacen leyes»

JUAN MANUEL DE PRADA / ESCRITOR

«El Mátrix progre crea niños caprichosos que luego hacen leyes»
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MADRID-Juan Manuel de Prada acaba de publicar en LibrosLibres «La nueva tiranía. El sentido común frente al Mátrix progre». -¿Por qué escribe usted de un Mátrix progre? -Me inspiro en la película de los hermanos Wachowski. Es una humanidad esclavizada en un mundo virtual, que se cree feliz. Nuestra vida se parece: vivimos contentos, mientras que el Mátrix progre nos vende disparates. La educación para la ciudadanía, el aborto, la ideología de género... -¿Podría existir un Mátrix conservador? ¿La Iglesia lo podría ser? -No, porque la Iglesia no vende una utopía. Tiene una antropología que reconcilia al hombre con su naturaleza, una acumulación de sabiduría, algo común a muchas religiones. Lo religioso es lo más natural del hombre y eso es lo que el Mátrix progre quiere extirpar. La Iglesia no busca dominio. El Mátrix progre dice: «Haz lo que quieras y será ley». El cristianismo, en cambio, dice: «Haz lo que debes, mira el corazón del hombre, su nostalgia, verás los mandatos de la moral natural, síguelos y serás coherente con lo que eres». El Mátrix progre crea niños caprichosos, que siguen sus impulsos y quieren hacer leyes de ellos. Es una tiranía más grave porque disimula su imposición, eliminando todo espíritu de rebelión. -En España se hacen niños a la carta: ¿Mátrix o Gattaca? -Adoramos al hombre, un signo del Anticristo. Esto ya lo adelantaba la mejor ciencia ficción de manera más o menos clara. En este libro estuve a punto de incluir un artículo sobre bebés-medicamento. Lo venden emotivamente como «un triunfo humano». Con el emotivismo anulas todo debate racional sobre el tema y así ya no se habla de los fallos, las alternativas, las células adultas, los bancos de células de cordón umbilical... Es emotividad contra razón. -¿Por qué escribe sobre violencia en el cine? -Ya en «La Ilíada» se mata, se muere y se chapotea en la sangre. El arte está lleno de las cabezas cortadas de Holofernes y San Juan Bautista. La violencia puede aportar catarsis, como en «La Pasión» de Mel Gibson. O puede ser el regodeo de una mente degenerada. El arte debe desvelar lo humano, y eso incluye los abismos del mal. Una mente degenerada puede levantar acta de la parte oscura del hombre, pero eso no será verdadero arte. Creo más en los artistas parecidos a la escritora Flannery O¿Connor, una católica con novelas sórdidas, personajes pervertidos... El artista debe mostrar cómo la Gracia actúa en el territorio del demonio, evitando angelismos píos. -¿Por qué relaciona en su libro ortodoxia y provocación? -Porque hoy sólo puedes provocar siendo ortodoxo. Eso ya lo descubrió Chesterton y es una causa de su conversión. Yo también, al implicarme más en la realidad social, vi que todo lo que decían los obispos era tergiversado y manipulado. No se les concedía el derecho a un debate, se les respondía con superficialidades como «qué sabrán de sexo los curas si no follan». ¿Acaso dos mil años de escuchar las cuitas más profundas del hombre en el confesionario no dan una sabiduría? Me impacta la falta de voluntad de comprender a la Iglesia y lo que dice. -¿Qué tiene que ver la familia con este Mátrix? -El Mátrix progre odia la tradición, el transmitir valores de padres a hijos. Quiere romper la cadena entre generaciones para suplirlo con adoctrinamiento. Por eso facilita la disolución familiar, porque odia esa vinculación profunda y natural. Este odio es un rasgo propio de lo demoniaco. Encubre de forma melosa el aborto y otras cosas. Se hipersexualiza a los niños desde muy pequeños, y luego se rasgan las vestiduras. El mal se revuelve de rabia ante la infancia, por nostalgia de lo que era antes de su Caída del Cielo. Por eso, los niños, la familia, para el Mátrix progre son como el agua bendita para el demonio. -¿Necesitamos obispos, profetas o poetas? -Faltan profetas y eso es dramático. Obispos ya tenemos muchos. También hay pocos poetas en la Iglesia. El profeta denuncia las lacras sin paños calientes y provoca conversiones, y mucha rabia, claro. Interpreta lo que pasa desde lo trascendente, lo escatológico, algo que hoy escasea en la Iglesia.