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El rabillo del ojo

En casa de mis padres escuchábamos la radio sin perder de vista el receptor

La Razón
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Aunque no poseo datos científicos ni referencias demoscópicas, estoy seguro de que, con raras excepciones, la calidad de un producto televisivo es menos determinante de su audiencia que el horario en el que se emite. Incluso creo que hay un porcentaje del público que se sienta frente al televisor sin la menor expectativa, incluso sin criterio selectivo, y admite cualquier oferta sin rechistar siquiera. El televisor se ha convertido en un componente anodino de la mirada y lo que sucede en él nos importa a veces menos que lo que ocurre en el rabillo del ojo. Cuando no había televisión en España, en casa de mis padres escuchábamos la radio sin perder de vista el receptor, como si lo fuésemos a leer. En cierto modo ocurre lo mismo con el aparato de televisión. Casi estoy por asegurar que entre diez y doce de la noche hay público para cualquier clase de programa e incluso creo que un televisor apagado tendría en determinadas circunstancias una audiencia del dos por ciento, que es el índice de interés que despertaría «La 2» de Televisión Española aun en el caso de que dejase de emitir. Por otra parte cabe pensar que mucha gente ve la televisión porque asomarse en ella a ver la vida es más cómodo, y más abrigado, que asomarse a la ventana para contemplar la calle. Muchos programas tienen la propiedad de que nos liberan del engorro de pensar y sirven de disculpa para evitar coincidir en la cama con una pareja que ha dejado de parecernos una agradable tentación para convertirse en un odioso deber. Que en algunos hogares se estropee el televisor puede dejar al descubierto el insoportable peso del tedio y la gravedad de un problema sexual. En cuanto al mando a distancia, ha servido para descubrir lo divertida que resulta la posibilidad de no elegir entre tres docenas de canales. Yo soy un telespectador resignado, pero evasivo. Enciendo el televisor, enchufo la radio y abro la ventana al mismo tiempo. Como nada de lo que veo o escucho me resulta muy entretenido, he llegado a la conclusión de que lo verdaderamente interesante de tanta tecnología es que pone a nuestro alcance la posibilidad de desentendernos de un montón de cosas por los conductos más diversos. Después apago la tele, desenchufo la radio y me asomo a la ventana. Y recuerdo entonces que la vida era más divertida cuando el aburrimiento no estropeaba la vista.