Kuwait
El Rey y Doña Letizia bromearon
a Pascua Militar de anteayer será difícil de olvidar. Al menos, para María Ángeles Alcázar, autora de la noticia sobre la separación de los Duques de Lugo y colaboradora de Ana Rosa Quintana, y para el servidor de ustedes. Todavía me dura la emoción. También ando hecho unas pascuas después de la deferencia que tuvo con nosotros el Rey nada más empezar el vino de honor del acto oficial celebrado en el Palacio Real. Allí sobrevolaban dos temas que andaban de boca en boca: la inaceptable chaqueta de terciopelo marrón que se puso Zapatero para viajar a Líbano y cómo había caído el embarazo de Telma Ortiz. Comentaban de todo, desde si es Elena Benarroch quien asesora la indumentaria presidencial hasta que Sonsoles Espinosa iba mejor vestida cuando aterrizó en Moncloa que ahora. Sólo así se entiende la disparatada prenda nada deportiva, para eso están las saharianas, cazadoras o plumas y no un tejido que recuerda a la pana de Felipe González, pero que resulta inadecuado si vas sin corbata. ¿Quién lleva la imagen de ZP? Ahí está la cuestión, tan preocupante como lo de Telma, una interrogante que no se hizo pregunta por exceso de formulismo. Tampoco lo tuvo el Monarca, quien, después de entrar acompañado por la Reina en la Sala Gasparini, se dirigió a María Ángeles y a un menda formando un corro aparte. Durante quince largos minutos que nos supieron a poco y ante un mudo y casi estupefacto Juan Rodríguez Cebrián –sobresalía su corbata verdosa sobre la rigidez del negro chaqué ritual– hizo un alarde de generosidad, simpatía, afecto y confianza. Nunca le habíamos visto tan a gusto, Don Juan Carlos estaba precisador y nos usó de mensajeros.
«Ya está bien de inventar»
Nos embargó la sofisticación por el honor que suponía, mientras otros compañeros formaban un corro con el presidente o con un ministro Alonso que luego me contaría el palizón que supusieron sus dos últimos viajes internacionales: «Cuando llegue a casa veré a mi único hijo, Javier, de cinco años. Los Reyes le han traído una bicicleta, así que me recibirá montado en ella», me contó con unas ojeras que revelaban su cansancio. Algo impensable en el Rey. Estaba dale que te pego, de lo más combativo: «Os aseguro que admito todo tipo de críticas siempre que sean reales. Porque, vamos a ver: ¿quién de vosotros estuvo en nuestra cena de Nochebuena para saber lo que ocurrió? No asistieron ni Ana de Francia ni el duque de Calabria ni tampoco tomamos sopa. Ya está bien de inventar», apuntó. Y María Ángeles aprovechó la indignación para solicitar mayor claridad informativa: «Yo no puedo hacer una tortilla, señor, si al menos no tengo un huevo», espetó la periodista al Monarca, que no dejaba de pasar el parte a su jefe de prensa. Escuchó estoicamente y el Rey contestó a todas las preguntas, curiosidades o casi impertinencias nada protocolarias: al emir de Kuwait le avisó 24 horas antes de llegar «y me recibió con una tarta. Además, me dio unos pendientes para la Reina y una torre para mí. Por cierto, el sábado en Zarzuela protesté porque la Reina me puso 70 velas en la tarta en vez de dos números. Dije que eso nunca más».
Con los Príncipes
Nos contó que había recibido zapatos, bufandas, corbatas y algún perfume, «pero nada gordo». Que el balance de este 70 aniversario «es buenísimo gracias al pueblo español», que le había encantado la felicitación televisiva de Imanol Arias: «Me han dicho que también era muy cálida la de Bill Clinton, la escucharé. No sé si he cumplido cuarenta, ochenta o ciento sesenta años. La edad no me afecta en absoluto».Y lo evidenció con nosotros, ya que estuvo más cálido, cómodo y próximo que nunca, al punto de que los Príncipes –Doña Letizia bromeó con el Rey sobre su supuesto distanciamiento– se nos acercaron sorprendidos de que «Su Majestad siga aún con vosotros». Inolvidable para mi palmarés, señor. No pude tener mejores Reyes.
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