Italia

El sátiro Silvio

La Razón
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El señor Berlusconi siempre nos ha sonado a personaje burlesco, que por arte de birlibirloque ha amasado una fortuna y se ha hecho con el poder político en Italia, donde sus maneras gubernamentales parecen una pantomima que ha trasladado a las cumbres continentales. Puede resultar un enigma su hábito de salir elegido por encima de sus zascandileos, que hace pensar que sus partidarios le votan confundiendo las elecciones con un concurso televisivo, donde don Silvio sigue destacando con sus dotes de cómico cantor de opereta bufa.

Su apoteosis de director de circo ha llegado con las elecciones europeas. Donde aquí nos conformamos con las dotes guitarreras o como caricaturista de López Aguilar o la retranca y el verbo florido de Mayor Oreja, la Berluscoña de don Silvio exige mayor carnaza, con una recua de bámbolas, ferramentas y Mamachichos de calendario, que si por un lado podían dar alegría y caña a los escaños, han sido mal vistas entre los defensores de las cuotas de igualdad, que prefieren mayor recato.

La guinda ha sido la reacción de su santa, Verónica Lario, que hecha un basilisco ha puesto al «Cavalliere» a caer de un burro, atacada hasta el moño y pidiendo el divorcio. «¡Ni hablar del peluquín!», por no mencionar el trasplante capilar del jefe, ha dicho. Sobre todo porque, no contento con meter mano a Angela Merkel, ha salido a la luz su faceta de menorero midiéndole las ternillas a una ragazza. Vaya con el opulento sátiro, al que la ruptura matrimonial le puede dejar más pelado de lo calvo que estaba, tras la picardía de poner sus bienes a nombre de la parentela. Como continúe el despelleje, lo vemos haciendo camping como recomendaba a los afectados por el terremoto. Porca miseria.