Vacaciones
Formentera el último paraíso del mar Mediterráneo
Con sus 20 Km escasos de punta a punta, Formentera es la más pequeña de las cuatro hermanas baleares y también la menos conocida. Paraíso hippie en los años 60 y 70, cuando la carencia de luz eléctrica y la escasez de agua dulce no eran más que el justo precio que estaban dispuestos a pagar a cambio de la paz y la belleza que esta isla les entregaba a raudales. En la actualidad, Formentera cuenta con una infraestructura hotelera moderna, acorde a nuestros tiempos, que no sobrepasa sus posibilidades y no ha caído en la tentación de la construcción salvaje e indiscriminada dirigida al turismo de masas. No hace falta más que poner un pie en el pequeño puerto de La Savina para comprender por qué Formentera representa un lugar diferente y cautivador que congrega, de una forma casi sacrosanta, verano tras verano, a sus adeptos e incondicionales que huyen del bullicio y la masificación de otros destinos turísticos costeros y que intentan mantenerla como uno de los últimos paraísos del Mediterráneo. Lo primero que nos maravilla a nuestra llegada es la transparencia de sus aguas y sus increíbles matices de color; no en vano están consideradas por muchos como las mejores del archipiélago y, gracias a ellas, Formentera ostenta el sobrenombre de «la otra Tahití». Además, es el único espacio marino del Mediterráneo declarado Patrimonio de la Humanidad. Otro elemento que no deja de sorprender es que en sus carreteras los coches han sido relegados, de forma clara, a un segundo término en favor de las bicicletas y las motos. Esto es debido a lo fácil que resulta desplazarse aquí, gracias a las cortas distancias que separan los puntos más importantes, a la suave orografía característica de esta isla y, sin duda alguna, también gracias al espíritu desenfadado y ecológico de sus visitantes. Nuestro consejo, si de verdad se quiere descubrir toda la magia y los muchos encantos que esta isla ofrece, es que se rompa con el mito de que Formentera se recorre en un par de horas, pues apenas conseguiremos llevarnos una imagen superficial. Sólo con tiempo y calma se puede disfrutar, en su justa medida, de playas tan magníficas como Ses Illetes, S¿Espalmador, Es Arenals o la bellísima Cala Saona; pasear tranquilamente una mañana por las animadas calles de Sant Francesc -la capital de la isla- con sus tiendas y puestos de artesanía y admirar su iglesia, que en su día servía de refugio a los formenterenses contra los ataques bárbaros; degustar plácidamente un delicioso arroz a banda desde la terraza con vistas al mar de «Can Rafalet» viendo cómo los marineros regresan al pequeño y típico puerto marinero de Es Caló; subir hasta el mirador de El Pilar de la Mola, el punto más alto de Formentera, desde donde se obtienen unas vistas panorámicas increíbles y admirar con asombro -entre los estridentes chillidos de las gaviotas y las raras lagartijas azules autóctonas- los imponentes acantilados que rodean los faros de la Mola y el del Cap de Barbaria, en ambos extremos de la isla. Sólo con una visita tranquila alcanzará también a quedarse maravillado (junto a cientos de personas que acuden invariablemente tras el atardecer al chiringuito «Pirata Bus» en Es Arenals, o al «Big Sur» de Ses Illetes) ante el mágico y efímero espectáculo que ofrece el cielo cuando se tiñe de naranja mientras el sol, con forma de bola de fuego, se oculta tras el mar; saborear el pescado fresco y las delicias gastronómicas locales en la animada y agradable «Fonda Pepe», mítico lugar de reunión del movimiento hippie de los 70; caminar por Es Pujols, con el mar tenuemente iluminado por la luz de las farolas de su bullicioso paseo marítimo lleno de tiendas, restaurantes y puestos de artesanía y, para terminar la jornada, nada mejor que contemplar un auténtico océano de estrellas mientras tomamos una copa con el ambiente más tranquilo que se puede imaginar en el «Blue Bar» de la Playa Migjorn.
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