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Ellas fuertes

La Razón
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Mi lector más afectivo y fiel, Cándido Moreno, me envía uno de esos mensajes que circulan por internet que merece la pena. Me alegra infinitamente que haya sido un varón el que me mande estas palabras que no sé quién escribió. Dicen más o menos así: «Un hombre le pregunta a Dios: ¿por qué las mujeres lloran tan fácilmente? Y Dios le contesta: Porque hice a la mujer con una espalda que pudiera soportar el peso del mundo. Pero a la vez la hice sensible y tierna. Le concedí el poder de dar la vida y aceptar el rechazo de los hijos. Le di el poder de continuar luchando cuando todos abandonan. De cuidar a la familia a pesar del cansancio y la enfermedad. También de amar aunque la hayan herido duramente. Le di fuerza para soportar al marido sin desfallecer. Y finalmente le di lágrimas para llorar cuando sintiera la necesidad. Ya ves, la belleza de la mujer no está en su ropa, en su cara o en la forma en que se arregla el pelo. La belleza de una mujer está en sus ojos, la puerta donde reside el amor. Es por eso que a menudo, a través de sus lágrimas, podemos ver su corazón». El apabullado corazón del mundo, habría escrito yo. Y cuando lo leí me vinieron a la mente todas esas mujeres fuertes que conozco, que siguen al pie de la letra estas verdades y alguna otra, como la de trabajar también fuera de casa en un mundo hecho a medida de los hombres y aportar la caza con la que comerá la prole día a día. Pensé en tantas mujeres que conozco que además se tragan las lágrimas, y su hermosura se ve sin asomo de ellas. Pensé en su inteligencia, a veces aplastada por las normas estúpidas de una sociedad todavía cruel con la maternidad y los sentimientos. Pensé en muchas que no conozco. Pero especialmente en una que está muy cerca. Pensé en Almudena Arrúe. Y quería decírselo.