Sevilla
Enrique Ponce: «Los políticos deberían apoyar la Fiesta»
Nació en Chiva (Valencia) en diciembre de 1971. Este año inicia su vigésima temporada. Con 1.900 corridas toreadas y más de trescientos festivales ha batido todos los registros en número de festejos y trofeos conseguidos. Su valor, su técnica, arte y afición lo han aupado a la cúspide del toreo. Considerado como uno de los diestros más completos de la historia, su facilidad ante el toro, para algunos frialdad, le ha causado sufrimiento. Tras dos décadas de primacía y superación, se le reconoce su poderío y arte. Su último gran éxito, en la plaza Monumental de México donde el pasado mes de febrero cortó su segundo rabo. En ese país está considerado como uno de los mejores toreros que han pasado por sus ruedos.Novillero principianteDe porte esbelto, carácter afable y sensación de inteligente, denota su pasión por los toros. Ama su profesión por encima de todo, excepto su mujer e hija, nacida hace apenas un año. Habla de toros con la pasión e ilusión de un novillero principiante. Cuando lo saludan por la calle se sonroja y se detiene a conversar; vuelve con semblante de satisfacción juvenil.
–¿Ha renunciado a algo para ser torero?–Aunque para mí no lo fue, a vivir una infancia normal. Lo único que deseaba era ser torero. Con ocho años sólo pensaba en ello y estaba feliz. He nacido torero y lo soy por encima de todo: es mi vida... Gracias a Dios, he recibido muchas satisfacciones de mi profesión.–¿Madurez precoz?–Sí. Un torero con veintidós años está más cuajado que un joven de su edad. Ves la vida desde otro prisma, porque te la juegas. Estás muy «zurrado». También ayuda el hecho de que, desde niño, estás rodeado de gente mayor. Cuando era novillero, con quince años, me llamaban el «peque» del equipo. Pero en la plaza cambiaba el panorama.–¿Manda mucho en el ruedo?–Lo preciso. Mi cuadrilla, que lleva muchos años conmigo, sabe mis gustos y procura hacer su labor lo mejor posible. –¿Se ha sentido incomprendido?–En veinte años ha habido de todo. Me consideraban un torero poderoso y han tenido que suceder muchas cosas para verme como artista. –¿Cuál es el secreto del poderío?–Valor, un toro malo te intimida con la mirada. Si te sobrepones y piensas, le puedes; si te bloqueas, estás muerto... Hay que dar el paso adelante.–¿Es clave para ser figura?–Digamos que marca las diferencias con el resto.–¿En ese sitio está la tragedia?–Siempre está presente. Hoy, en el festival de Adrián, lo vamos a ver muy de cerca. Por eso el toreo es tan grande. Los toreros tenemos asumido desde el principio que nos puede matar un toro. –¿Le afectó el percance de León en 2002? –No era consciente de la gravedad de la cogida, estaba en una nebulosa. Gracias a mi mujer, Paloma, estoy aquí. Le echó valor y, bajo su responsabilidad, me trajo a Madrid a un especialista de pulmón. –¿A pesar de ello siguió igual?–Reaparecí en Málaga y, después, en Bilbao. Siempre he considerado el toreo como una expresión artística, no una pelea. Es una obra de arte que, por accidente, puede terminar en tragedia. –¿Hay veces que no sabe cómo comenzar?–Muchas. Cada toro tiene diferente personalidad. Incluso un mismo animal cambia en el transcurso de la faena. Por tanto, debes adaptarte a él; el animal nunca lo hará. Quien espere que se vaya a acoplar a sus formas va listo.–¿Y con el suave?–No hay que someterlo en exceso, te lo cargas y, además, la gente se da cuenta y lo rechaza. Hay que torear para él y hacer lo que te pida en cada momento. Es preciso darle confianza. He visto muchas veces a un toro cambiar de expresión cuando lo tratas bien al llevarlo con templanza. Si desde el principio quieres enroscarte con él lo puedes agotar y adiós faena.–¿Por qué duran tanto las faenas?–Porque así lo quiere el público. Por ello debes dosificarte y, poco a poco, sin brusquedades, acoplarte con el toro, y no molestarlo, cuando es bueno. Al que tiene dificultades sí es conveniente castigarlo, pero luego tienes que torearlo, sino, bronca.–Algunos creen que es frío.–Se equivocan. Soy tranquilo ante el toro y no hago aspavientos. Al principio me costaba trabajo emocionar, y sufría.–¿Le preocupaba?–Sí. Me daba cuenta de que el miedo que yo sentía no lo transmitía al público, ni cuando me cogían. Ahora, se percatan del riesgo que tiene una faena lucida con un toro malo y sufren. –¿Y con el bueno?–He intentado renovarme, para que el público me viera siempre fresco. Ahora, a los veinte años, consideran que, además de poderío, tengo arte y buen gusto. –¿Torero casado, torero acabado?–Eso es uno de los muchos tópicos del toreo. Si te casas con la mujer que quieres, encuentras la estabilidad. Lo otro, ir de flor en flor, es perjudicial. Me casé muy joven; la felicidad que me ha dado Paloma se ha reflejado en la plaza. –¿El nacimiento de su hija le ha restado valor?–Para conducir sí, soy más comedido. Ser padre te hace recapacitar como persona. Cuando me meto en el traje de luces soy torero. Pensar que el día de mañana ella se sienta orgullosa de mí me motiva y salgo a la plaza con más ganas. De verdad; sin ir más lejos: en vísperas de su nacimiento toreaba en Sevilla, en la feria. Me arrimé tanto que, al llegar al hotel, me puse a cavilar sobre ello.–Ha tardado mucho en llegar.–Llevábamos doce años casados y vino cuando ya estaba estabilizado en mi profesión. Antes, hace ocho o diez temporadas, apenas paraba en casa; toreaba mucho y las campañas americanas eran muy largas. La verdad, no era el caso. Por el contrario, ahora todo es más pausado. Éste es un gran momento para ejercer como padre y disfrutar de ella con plenitud.–¿Por qué juega al golf?–Porque, como torear, es una actividad de sensaciones. Un buen golpe te transmite una emoción parecida a la de una estocada. Sabes que es bueno sin ver dónde va la bola. –¿Cómo cree que está la Fiesta de los toros?–Hay toreros muy buenos; jóvenes, aptos para tomar el relevo. No está bien desde el punto de vista cultural. Los políticos deberían hacer más por mantenerla; es parte de nuestras costumbres. A unos les puede gustar o no, pero, al menos, hay que respetarla, como otras muchas tradiciones españolas.–¿La retirada?–(Tras un largo silencio, respondió en un susurro) Ya veremos...
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