Historia

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Esa tertulia

La Razón
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Corríjanme si me equivoco, pero da la sensación de que Madrid, ciudad vivida que vive y deja vivir, no padece la cansina crisis de identidad de otras capitales españolas. Con esa elegancia natural que le impide elevar a la categoría de «valor cultural» las costumbres y patologías propias, Madrid sigue disfrutando sin aspavientos de sus chotis y zarzuelas, sus rosquillas tontas y listas, sus callos y su cocido, su luz velazqueña, sus camareros con retranca, sus barquilleros y organilleros, sus besos al Cristo de Medinaceli y hasta la liturgia más castiza de todas, la de San Antonio de la Florida.

Quizá la única madrileñada que echamos de menos sea precisamente la más acorde con nuestro carácter abierto, cosmopolita, tolerante y trasnochador. Me refiero, cómo no, a la tertulia. Lejos quedan ya los días del Negresco, el Español, el Café del Prado y el Nuevo Café, la ramonesca tertulia del Pombo y la umbralesca del Gijón. Como asidua a la penúltima tertulia madrileña, la del Café de Belén, frecuentada por Javier Marías, Jaime Chávarri, Agustín Díaz Yanes, Eduardo Calvo, Antonio Oliver, Pepe Vela-Zanetti y uno de los hombres más graciosos de Madrid, que es Antonio Gasset (recién relevado de su programa "Días de Cine", para desgracia del sufrido televidente), pido que el año entrante nos devuelva el extraviado arte de la conversación, gratuito pero impagable. A ver si en el 2008 hablamos más y decimos menos tonterías. Feliz Año a todos.