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Extraña navidad

La Razón
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La verdad es que antes la Navidad era otra cosa. Eso sí que eran los auténticos tiempos del «menos es más». La ilusión de las ventanas del calendario de Adviento, el olor a castañas asadas en la Gran Vía, encontrar en la Plaza Mayor esa figura que le da el punto al belén familiar, sacar entre las peladillas el mejor polvorón de la bandeja y comérselo a escondidas.

Luego vino la Navidad guiri con los abetos, el espumillón, el Santa Claus, los regalos satinados del Corte Inglés, los villancicos de Sinatra y la cursilería de las «Mujercitas» de Louisa May Alcott. Ya nadie mira cómo beben los peces en el río, nadie sabe lo que es un aguinaldo, ni canta lo de «a tu casa hemos llegado cuatrocientos en pandilla, si quieres que nos sentemos saca cuatrocientas sillas».

Las Navidades de ahora son un popurrí extraño. Las imágenes de los guardias civiles veinteañeros asesinados aparecen y desaparecen entre las recetas de pularda con salsa de Oporto y el capón relleno. Los funerales donde vemos caras demudadas, familias destrozadas y ejércitos honrando a sus compañeros muertos se entremezclan con consejos infalibles para ponerse guapa en cinco minutos con una base de maquillaje beige o rosada.

Esas cruces y medallas de oro póstumas que no parecen gran consuelo para tan gran pérdida se confunden con los collares y cadenas de oro que van a adornar los níveos cuellos de las mujeres en estas fiestas.

El honor se funde con el horror en estas extrañas Navidades donde tan pronto escuchamos las voces de los obispos diciendo «que no queden en baldío vuestras muertes» como los acordes del «Mesías» de Hendel. Habrá que tomarlo como viene. Salgamos a ver las luces de diseño y procuremos tener espíritu navideño. Navidad, Navidad, extraña Navidad.