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Galantería

La Razón
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¿Alguna vez fueron los hombres galantes? Sí, creo que antes lo eran más. Al menos era algo que se les exigía socialmente y que muchos practicaban a menudo. Ahora, es un desastre. Apenas quedan hombres delicados, amables, galantes con las damas. Que conste, que la mujer también ha de ser galante, porque ese atributo deben practicarlo ambos sexos. La galantería tiene más que ver con la sensualidad que con la sexualidad. Es un juego, un andar por el mundo con coquetería, con un aquí estoy yo en activo para echarle sal a la vida. Es mirar y ver. Porque hoy apenas nos miramos, así que difícilmente podemos ser galantes. Vamos como «panzers», esos tanques alemanes de la segunda guerra mundial que parecían que no podían girar. Hace unos días presencié en un bar a un hombre y una mujer peleándose por una banqueta. Rondaban los cincuenta y tampoco parecían tan enfermos como para tener que apoyar el culo. Simplemente, los dos querían estar más cómodos. Al final, el señor se quitó refunfuñando, diciendo que estas mujeres de hoy lo querían todo, igualdad y ventajas. Quizá el caballero tenía razón, quizá ella tampoco fue capaz de verlo a él. Pero ambos demostraron que su sensualidad estaba fuera de servicio. Hoy sólo se galantea para follar. Si alguien de sexo contrario te mira y te deja la banqueta, no es de extrañar que al instante te diga que estás buena, para terminar haciéndote alguna proposición erótico-festiva. Hoy no es extraño que un tío se rasque la ingle o se saque una flema justo cuando pasa a tu lado. Es sórdido, pero es una verdad como un templo. Esa falta de pudor, de masculinidad en el buen sentido, convierte la realidad en algo más feo, más muerto. Pues no hay edad ni estado que justifique el despojarnos de los buenos modos, de la capacidad de seducción, de la sensualidad. Y la sensualidad siempre inspira galanura.