Tokio

Garantía

La Razón
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Hasta los inodoros se venden con garantía. En la mesa de mi despacho, un enorme cajón rebosa de documentos de garantías. Hasta los «quijotes» anacarados con lanza de ristre llevan su garantía, para que los japoneses no se lleven un disgusto cuando, ya colocados en una mesa del salón de sus casas de Tokio, se rompan al caer al suelo como consecuencia de un terremoto cualquiera. Pero la cúpula pintada por Barceló en la sala llamada de Los Derechos Humanos y la Alianza de Civilizaciones del Palacio de las Naciones Unidas de Ginebra, no tiene garantía. Nos ha costado el regalo veinte millones de euros a los españoles y apenas un año después de su inauguración, Moratinos les ha mandado a los de Ginebra un cheque por valor de dos millones de euros más para «la ingeniería y la intervención plástica» de la inmortal composición cupular. Se veía venir. Esa cúpula no ha sido entregada con garantías, porque cualquier día se cae. Y para que no se caiga, es precisa la ingeniería y la intervención plástica. No serán los últimos millones enviados a Ginebra para la extensa pintura de Barceló. Después de la ingeniería y la intervención plástica vendrán las indemnizaciones. El representante de Noruega no se entera de nada. Siempre mirando hacia arriba. Su escaño se halla situado bajo la mayor de las estalactitas naranjas. Tiene mujer y tres hijos, y cuando se ausenta el distinguido delegado de Argentina, que se ausenta con bastante frecuencia, el de Noruega ocupa su lugar para salvarse de una muerte segura. Porque esa estalactita naranja que pende sobre su cabeza es más peligrosa que la violeta que amenaza al distinguido delegado de Swazilandia, que lo dejó muy claro el día de la inauguración: «Prefiero ataque de león que estalactita violeta». Para que no se caigan y partan en dos las chocholas de los distinguidos delegados que se reúnen en la Sala de los Derechos Humanos y la Alianza de Civilizaciones, es urgente y necesaria la intervención de la ingeniería. Entiendo y comprendo el terror, no sólo el visual, que experimentan los administradores de los derechos humanos en Ginebra. Pero creo que es un abuso que los españoles, que no nos comprometimos ni a regalar la obra, tengamos que pagar también su caro mantenimiento. Si a usted le regalan una estilográfica, hará muy mal en solicitar a quien se la regaló que se la mantenga. Una estilográfica que sale mal es más cara que una amante de las de antaño. Que si la punta de la plumilla, que si el cargador, que si la mancha del bolsillo interior de la chaqueta…Y eso es lo que estamos haciendo los españoles con la cúpula de Barceló. La regalamos y, para colmo, la mantenemos con ingeniería e intervenciones plásticas, que vayan ustedes a saber en qué consisten.Los distinguidos delegados no se atreven, por cuestiones de imagen, a acudir protegidos a las reuniones esas. Pero los que limpian el salón después de cada sesión, lo hacen cubiertos de cascos y protectores mullidos en los espaldares, como si fueran a competir en una carrera de motos. ¿También pagamos los españoles los cascos y los mullidos espaldares? Para mí, que lo más barato y práctico es pedirle a Barceló que pinte otra cosa, sin trozos que cuelguen del techo y con la garantía de no depender, en el futuro, ni de intervenciones plásticas ni de ingenierías que nos salgan por un ojo de la cara.