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Guerra

La Razón
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o primero que he hecho al saber de la terrible noticia ha sido acumular alimentos y agua mineral en mi casa. Me ha sorprendido la tranquilidad de las gentes en el supermercado. Compraban para una semana como máximo, ignorantes de lo que se nos avecina. El que escribe, más previsor o mejor enterado, se ha llevado la mitad del «súper». Conservas, congelados, fruta verde para que madure en la despensa y agua mineral. Después de cada bombardeo se acostumbra a cortar el suministro de agua, y es bueno estar preparado. También, por si alguna bomba me hiere, he adquirido en la farmacia una caja de tiritas, un bote de algodón y un frasco de mercromina. Una guerra no se sabe cuándo termina.

Pero quizá me he precipitado. Mis amigos del Ministerio de Defensa me han asegurado que si bien la declaración de guerra contra España es un hecho consumado, la posibilidad de que España sea atacada por las fuerzas enemigas es muy remota. Al preguntarles si creían conveniente el tener a mano un arma con su correspondiente munición, me han dicho que no, que con un matasuegras tengo suficiente. Y obediente, me he llegado hasta la famosa tienda de artículos de broma «Vicente Rico» y me he comprado seis matasuegras, por si alguno falla y no da susto.

Porque sabrán, queridos lectores, que Heribert Barrera le ha declarado la guerra a España. Esta potencia de hombre fue presidente del Parlamento de Cataluña y es militante de Esquerra Republicana. Tarradellas no le consideraba excesivamente listo, y Pujol tampoco. Tontaina o no, de lo que nadie puede dudar es de su heroísmo. Que una persona le declare la guerra a toda una nación tiene bemoles. Y más a su octogenaria edad, casi nonagenaria, lo que le impide un despliegue rápido y eficaz en sus ataques a las trincheras enemigas. En este caso, ni trincheras, pues basta y sobra con una gabardina que dejaran olvidada nuestras tropas para que el enemigo, en el caso de atacar en un día de lluvia, no se constipe. Una lástima el fallecimiento voluntario de Mosén Xirinachs, que muy probablemente se habría presentado voluntario para acompañar en esta guerra a Heribert Barrera. En ese supuesto, en lugar de un matasuegras, España tendría que haberse defendido con dos, un verdadero derroche.

También sirve un pito, que no bocina. El pito asusta, pero un bocinazo por la espalda puede matar del susto, y no es cosa de dejar tirado en el campo de batalla a un señor tan mayor y chocholo. Contra un pito podría defenderse, y al enemigo hay que darle alguna oportunidad. He acudido con urgencia a una tienda de pitos, y aquí los tengo, dispuestos para soplarlos. Una preciosidad de pitos de todos los colores, que ahora se hacen unos pitos maravillosos.

Claro, que a Heribert Barrera por declararle la guerra a España habría que recitarle el final del romance de Carolina Coronado a un anciano pretendiente que le daba mucho la lata: «Pero la tos os molesta, / la brisa va refrescando, / y temo os falte la vida / cuando por luenga, la aplaudo. / Basta pues, cubríos el rostro, / perdonadme y retiraos».

Y se gana la guerra.