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Hombres de honor

La Razón
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Director: Ridley Scott. Intérpretes: Denzel Washington, Russell Crowe y Josh Brolin. Guión: Steven Zaillian, según un artículo de Mark Jacobson. Duración 165 minutos. USA, 2007. «Thriller».

 

Resulta que la guerra del Vietnam no sólo sirvió para que los americanos regresaran de Oriente con el rabo entre las piernas sino también para que parte de los que se quedaron se chutaran de heroína hasta las cejas. ¿Velada alusión a la guerra como enfermedad vírica, como cáncer de las civilizaciones? Quizá sí: el contexto histórico, en plena crisis epiléptica, siempre ha sido imprescindible para entender el auge y caída del Gran Jefe Mafioso como epítome de un reversible sueño americano, patrón narrativo que se adapta como un guante a los vaivenes del capitalismo. «American Gangster» cuenta la historia real de un Gran Jefe Mafioso de los 70, Frank Lucas (estupendo Washington), y de su némesis, el policía Richie (ajustado Crowe), y lo hace durante casi tres horas que se hacen cortas, construyendo, a un ritmo frenético, un imperio fuera de la ley que resulta una diáfana metáfora de una sociedad podrida polarizada en el perfil de dos héroes que, a su manera, son dos hombres de honor.

No creo que Scott, que firma con «American Gangster» su mejor cinta en un cuarto de siglo, y su guionista Steven Zaillian retraten a Frank desde la admiración: después de todo, su amor por la familia y las cosas bien hechas comparte espacio, tiempo y secuencia con un asesinato callejero a plena luz del día. Es de agradecer que Scott no se haya dejado llevar por su característica grandilocuencia: por su puesta en escena, el filme parece una mezcla de «French Connection» y «El príncipe de la ciudad» (gracias a la presencia de un impecable poli corrupto interpretado por Brolin), e irradia la vitalidad de un episodio de «Los Soprano». Quizá sus ambiciones operísticas, exaltadas en un montaje paralelo que alterna la decadencia del rey del tráfico de heroína y el éxito de la operación de desmantelamiento de la brigada antinarcóticos, no estén a la altura de «Uno de los nuestros» o «El Padrino», pero el resultado es un ejemplo ejemplar de cine comercial de calidad notable, clausurado por un plano tan desolador como el que cierra «Promesas del Este».