Miami

Julio Iglesias salda una deuda millonaria y se queda sin amigos por Jesús Mariñas

Julio Iglesias
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Y luego se quejan de soledad. La tienen más que merecida. Como si no fuera elocuente el reciente ejemplo de Michael Jackson, la soledad es sinónimo de éxito. Casi tan compañera como el aplauso, las ovaciones y el ganar dinero a raudales. No he conocido a muchos famosos que no la padezcan. Aunque en pocos casos esté tan merecida como en el de Julio Iglesias. Es un truhán, es un señor -¡ja!-, y ahora tiene el amparo de sus nuevos hijos, a los que presta una atención que nunca merecieron los nacidos de su matrimonio con Isabel Preysler. Bocadillos con Preysler Es hora de hacer balance al ver de qué manera Julio ha puesto en la calle a Tonxo Naval, el único superviviente de su pandilla juvenil. Una piña que ha ido deshaciéndose: primero, como piedra inaugural, con la injusticia ingrata hacia Alfredo Fraile, quien creyó en él como no lo hizo su descubridor, Enrique Herreros Jr. Fraile fue su empuje y, junto a Preysler y su esposa, María Eugenia Peña, comían bocadillos si la taquilla no daba para más. Tonxo no le acompañó en esa primera etapa de conquistador, pero después se convirtió en imprescindible: antiguo campeón de baloncesto, conocía a Julio desde la más tierna infancia. Y no dudó en subirse al carro para patearse las Américas con Fraile al frente. No faltaban ilusiones, hermandad ni camaradería, qué tiempos aquellos. Tonxo fue sirviente, mayordomo, mozo de confianza y «amo de llaves» en aquella casa de Indian Creek. Sufrió, calló e incluso fue recluído ante las depresiones causadas por el destemple de un amigo que se había transformado casi en un negrero. Sólo soportaba el día día con una botella de Chinchón de tapón morado -de importación, claro- y así afrontar mejor las vejaciones, como las que padeció más adelante José María Castellví, otro que fue incondicional. Tonxo cuidó con ternura los últimos años de Charo de la Cueva, madre del artista, y ha sido despedido después de treinta años sin contemplaciones ni explicaciones. De Julio lo sabe todo. Todavía calla, pero no sé. Es un punto y final, o más bien un suma y sigue, de amigos con los que Julio ha sido desleal, toda una retahíla: el mexicano Pepe Guindi, Jaime Peñafiel, Fernando Echevarría, Vicente Tarazona... y yo mismo, que en los 80 le defendí cuando aquí era denostado y organicé su primer concierto grande en Barcelona y Madrid con la mediación de Ketty Corsini, que logró que lo presidiera la Reina. Fraile ha conseguido que Julio salde con él, no la ingratitud, sino lo que le adeudaba tras haberse quedado con su casa de Miami, conocida como El Convento. Veinte años después y tras muchos «uf», Alfredo recuperó lo que siempre le perteneció, previa venta de la propiedad. Julio no puede estar más retratado. Ni su hermano Carlos más asustado ante lo que pueda revelar Tonxo Navas. Tiemblo ya. El artista ha sido desleal con muchos de sus amigos de la juventud