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La batalla de la melatonina

La batalla de la melatonina
La batalla de la melatoninalarazon

Esa guerra ha terminado y esa batalla, emprendida por este servidor de nadie hace cosa de un par de años, está ganada. Fue en unas de las entregas de Diario de la Noche cuando rompí lanzas por ese producto absolutamente inofensivo que ya entonces se vendía con absoluta libertad en las droguerías de tres cuartas partes del mundo. Sólo en la liberticida Europa, donde por culpa del nefasto Keynes quieren los políticos salvar nuestros cuerpos y nuestras almas, estaba momentáneamente prohibido el consumo de melatonina, a la espera -dijeron- de que se autorizara su venta sólo en farmacias y con receta. Aquello era poner puertas al campo, porque el producto en cuestión podía adquirirse en Andorra, en los Estados Unidos, en Inglaterra, en Italia, en otros cien países y, por supuesto, en internet. Cuando dije lo que dije en el informativo nocturno de Telemadrid hubo alboroto. Patalearon los de El País y me amenazaron con sanciones y represalias ministeriales. Contraataqué. Argumenté. Llevé al plató a médicos solventes (Luis Domínguez, por ejemplo, que dirige la Unidad del Sueño en el Ruber de Juan Bravo). La primera columna que publiqué en este suplemento trataba, precisamente, de la melatonina. Y al cabo, como en el soneto con estrambote del valentón cervantino, no hubo nada. Esa hormona es ya legal y se vende en las farmacias con receta, pero infinitos son los herbolarios, dentro y fuera de la Red, que también la despachan sin imponer gabelas ni salvoconductos. ¿Quieren un consejo? Les daré varios: empiecen a tomar melatonina el mismo día en que cumplan los cuarenta, carguen la suerte sobre la dosis (de 1 a 5 miligramos) a medida que vayan envejeciendo, activen la glándula pineal, dexosídense, hagan las paces con los problemas del sueño y elijan, entre las decenas de productos de ese tipo puestos a su disposición, el Melatonin, que se fabrica en Suecia y es, a mi juicio, el mejor que hoy existe en el mercado.