La entrevista de Amilibia
La custodia
Soñé que contraía matrimonio por tercera vez y que lo hacía con una feminista con próstata que me puso como condición que nos casásemos con orden de alejamiento. La ceremonia se celebró en un juzgado y salimos a la calle por separado. Mi matrimonio lo consumó un amigo suyo. Yo me recluí en una fonda. Hacía frío, así que me metí en cama y me eché por encima la maleta. El dueño del establecimiento se ofreció para procurarme compañía femenina. Al cabo de media hora se presentó una fulana que me pidió cien euros por acostarse conmigo, cincuenta más si los besos eran con lengua. «Prefiero que sea a oscuras -dijo- me gusta la discreción. Empecé haciéndolo por teléfono. Es más discreto. Y más limpio. La gente tendría que casarse por teléfono y vivir cada uno en su propio recibo, ¿no crees?». No dije nada. Estaba desmotivado. Prendí un cigarrillo. «Supongo que eres casado. Mi experiencia me dice que incluso son casados el setenta por ciento de los hombres solteros. Y feliz, juraría que eres casado y feliz. Nosotras vivimos gracias a lo felices que son con sus esposas los hombres casados. El problema es que los hombres les complican la colada. ¿Te ocurre eso a ti?». «Verás, acabo de casarme. La ceremonia duró tres minutos quince segundos y faltó poco para que el juez me sacase de allí en patines. Ella me presentó al instante una denuncia por acoso. Dice que lo suyo es el matrimonio monoparental, ¿lo puedes creer? Iba a despedirme con un abrazo pero fue imposible. Mi beso de despedida se lo dio su abogado. Ahora creo que estoy soñando, pero, ¿sabes?, temo que por orden judicial mi sueño y yo despertaremos en camas separadas». Entonces sonó el teléfono. Era mi mujer. Dijo que estaba dispuesta a concederme la custodia del cadáver de su padre...
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