País Vasco

La generación de la escolta toma el poder en el País Vasco

La sociedad vasca vivirá esta semana su mayor cambio en tres décadas. Con la investidura de Patxi López, llega al poder la generación que se curtió mirando los bajos del coche cada mañana. Así ven el futuro los protagonistas de la revolución.

La generación de la escolta toma el poder en el País Vasco
La generación de la escolta toma el poder en el País Vascolarazon

En las reuniones familiares de los Gardeazabal todavía se recuerda la «travesura» de la pequeña Eider el 17 de febrero de 1978. Ese día, su abuelo Ramón paladeaba su mayor momento de gloria política en los elegantes salones de la Diputación de Álava. Decenas de periodistas se arremolinaron a su alrededor para anotar las impresiones del primer lendakari de la democracia, recién investido tras una apretadísima votación. Pero la niña se adelantó a todos, se colgó de su cuello y le soltó un piropo obnubilado: «¡Qué bien has hablado, abuelo!».Ese día Eider sólo tenía tres años y este episodio crucial de la historia vasca le pareció un juego más. Por eso, este martes asistirá con especial alegría a la investidura de Patxi López como lendakari, el primer socialista que ocupa este cargo desde que Ramón Rubial presidiera el Consejo General Vasco. Entre medias han transcurrido tres décadas de hegemonía del PNV en las que ella se habituó a acompañar a su familia a los funerales de los militantes socialistas asesinados por ETA. «Por eso me emociona tanto que los vascos hayan respaldado con sus votos el trabajo de todos estos años», dice Gardeazabal, una de las figuras emergentes del PSE, edil de Bilbao y futura eurodiputada.Otra forma de gobernarComo ella, miles de militantes socialistas y populares aguardan la sesión parlamentaria del martes con indisimulada impaciencia. En estos 30 años se ha gestado una nueva camada de políticos que se niega a aceptar que la Lehendakaritza siga siendo una sinécdoque del PNV. Tras su victoria del 1-M, están deseosos de que llegue el cambio y puedan demostrar que hay una forma de gobernar ajena al nacionalismo. «Como dijo Antonio Basagoiti [el líder del PP vasco] es la rebelión de los que llevamos escolta», asegura María del Mar Blanco, que se estrena como parlamentaria del PP doce años después del asesinato de su hermano. Esta metáfora encierra gran parte de los cambios que vivirán los vascos en los próximos meses. La generación de políticos que se curtió mirando cada mañana los bajos de sus coches se ha hecho mayor. Y el bálsamo de las urnas aliviará una anomalía histórica de la democracia vasca: que fuera la oposición en bloque la que iba escoltada mientras que los gobernantes se movían a su antojo. «Hay concejales que en su vida diaria son panaderos o barrenderos, pero aún así tienen que ir a trabajar con guardaespaldas», dice Mikel Torres, alcalde socialista de Portugalete. «Si no fuera un síntoma de la gran tragedia de nuestra sociedad, sería una situación cómica».A sus 33 años, Borja Sémper lleva media vida sin pasear a solas por las calles de su localidad. Sabe que la situación no cambiará, al menos a corto plazo: como portavoz del PP en Irún, se encuentra en el punto de mira de la banda desde hace años. Sin embargo, cree que las réplicas del 1-M se dejarán notar en la calle en un plazo cortísimo. «No sólo será un cambio político, sino también psicológico», asegura. «El relevo va a hacer visibles a quienes antes no lo éramos. Durante más de una década, el poder vivía con total naturalidad, mientras que los que vivimos con escolta hemos sido apestados. Éste será el cambio fundamental: que los nacionalistas van a vivir igual de bien, pero nosotros un poco mejor».Eso sí, hay una coletilla que «los de la escolta» repiten como si fuese un mantra, sean del PP o del PSE: que no afrontan el cambio de ciclo con ánimo de revancha. «Lo de ir escoltados es un detalle más, no una garantía de que tengas razón», recalca Eduardo Madina, secretario general del Grupo Parlamentario Socialista. «Nos define más el hecho de no ser nacionalistas en un país nacionalista... Esta generación vive un frágil equilibrio para reivindicar la justicia sin caer en la venganza. En el poder, debemos mantenernos vírgenes de arrebatos pasionales, aunque incorporemos una conciencia clara de lo que supone el terrorismo». Fuera tragediasÓscar Rodríguez, parlamentario del PSE en el Parlamento Vasco, coincide con su compañero en que el cambio de Gobierno es un reflejo de la creciente normalidad de la sociedad. Y asegura que en los 30 años de dominio nacionalista han surgido dos generaciones «que ya no viven la identidad como algo trágico». Son jóvenes que manejan las nuevas tecnologías, que han viajado por el mundo y que no comparten la distinción entre ciudadanos de primera y de segunda que impuso el PNV. «Una de nuestras señas de identidad era el acuerdo, pero Juan José Ibarretxe lo rompió hace diez años», denuncia Rodríguez. «La gente ha echado al nacionalismo cuando se ha dado cuenta de que querían imponerles una determinada manera de pensar».A estas nuevas hornadas de vascos les resulta más natural la heterodoxia de López que la matraca nacionalista de Ibarretxe. A fin de cuentas, el nuevo lendakari es un tipo capaz de emocionarse con un aurresku y, al día siguiente, dar brincos con el rock «indie» de Los Punsetes. Además, es uno de los políticos españoles que mejor entiende el potencial movilizador de la red: no sólo escribe un seguidísimo blog, sino que mantiene perfiles en redes sociales como Facebook o Twitter. «Entiende a la perfección la nueva forma de hacer política: hablar menos, escuchar más», recalca Rodríguez. Esta actitud dialogante ayudará al nuevo Gobierno a cumplir la primera tarea que le encomienda la «generación de la escolta»: acabar con el tremendismo que ha presidido la política vasca en los últimos años. De hecho, algunos piensan que la airada reacción del PNV ante su derrota podría facilitar esta labor. «Al día siguiente de la investidura de Patxi López volverá a salir el sol, los niños irán al colegio y la vida seguirá, aunque el lendakari ya no sea nacionalista», ironiza Mikel Torres. Mientras, Iñaki Oyarzabal, secretario general del PP vasco, está convencido de que la digestión del cambio resultará sorprendentemente rápida: «Los nacionalistas se creen que este país es suyo, que no puede sobrevivir sin ellos en el poder, pero la gente va a asimilar el cambio con más naturalidad de lo que creemos los políticos».Sólo una divisiónA partir de ahí, el reto del nuevo lendakari será fulminar las antiguas divisiones entre vascos «buenos» y «malos». Para Jesús Loza, secretario primero de la mesa del Parlamento, sólo entonces se podrá considerar que se ha culminado la transición democrática en el País Vasco. «Así empezaremos a ser un lugar normal, sin la "normalización"forzosa de los nacionalistas», asegura. Eso sí, Gardeazabal cree que tantos años de marginación política también tienen sus ventajas. «Nos han vuelto de otra pasta: los socialistas asumimos el poder con una carga especial de responsabilidad», asegura. Así, la investidura de López será el resultado de 30 años de sacrificio de miles de políticos vascos, por lo que un fracaso sería imperdonable. «Este martes, me acordaré especialmente de los compañeros asesinados, que no pudieron ver este cambio», señala Torres. «Sus familiares tienen que percibir que su dolor no fue en vano».Tales son las esperanzas suscitadas por el cambio que resulta inevitable que a más de uno le sepa a poco. La propia Gardeazabal admite que su abuelo, Ramón Rubial, estaría «igual de preocupado» que ella ante la responsabilidad histórica que va a asumir su partido. Sin embargo, su tono se anima cuando explica algunos cambios que espera para los próximos años. Por ejemplo, que dejen de echarle en cara que, pese a su vasquísimo nombre, no sea nacionalista. «Cuando oigo esas cosas, me dan ganas de recordarles que fue mi abuelo quien redactó el Estatuto», explica. «De hecho, alquilaron una avioneta para que [José María] Benegas lo llevara a Madrid y fuéramos los primeros en tener estatuto. Esa parte de la historia se ha olvidado en estos 30 años. Debemos recuperarla».

«Casados» para cuatro añosLa «generación de la escolta» se ha encontrado con un reto mayúsculo: tejer un acuerdo estable entre dos partidos que se detestan en el resto de España. Esa es la grieta que ha tratado de explotar el PNV al describir el cambio como una conjura para desalojarles del poder. Sin embargo, ambas partes están convencidas de que su insólito matrimonio durará toda la legislatura, el tiempo mínimo para desmontar el entramado que han montado los nacionalistas en este tiempo. «Nuestro acuerdo está basado en temas prepolíticos, que no se debatirían en lugares normales», dice Borja Sémper, portavoz del PP en Irún. «El drama para el PNV es la indiferencia generalizada que la gente está mostrando ante su pataleta».