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LA ÚNICA FAMILIA
La familia puede ser tan dulce, tan hermosa, que escribir de ella puede resultar empalagoso. Conviene hacer un esfuerzo de racionalidad. Hay familias felices y las hay menos, pero la familia es una necesidad. Del padre se aprenden las conductas masculinas y de la madre las femeninas. De ambos, las relaciones humanas: los límites, el esfuerzo, la resistencia a la frustración y, si las personas se atienen a la naturaleza de las cosas, el cariño gratuito. Tener una mala familia es una desgracia, pero no tener familia es mucho peor. Es posible construir contra lo que uno ha heredado, pero difícil construir sobre la nada; por eso la viudedad y la orfandad han merecido desde antiguo el respeto y la máxima ayuda sociales. El poder –no sólo el político- difunde ahora que existen muchos tipos de familia, viene a decir que familia es cualquier grupo humano de personas que se quieren. La experiencia muestra todo lo contrario. Los grupos humanos afectivos tienden a reproducir en la medida de lo posible la única familia, la del hombre y la mujer que acogen a la prole. Las mujeres separadas no aislan a sus hijos: cualquier persona civilizada sabe que para ellos es fundamental seguir viendo al padre con normalidad. Las personas divorciadas o que han recibido una nulidad eclesial, a menudo vuelven a casarse. Cuando el padre o la madre mueren, un tío o un abuelo hacen las funciones del que falta. Y hasta gays y lesbianas buscan la ratificación social con un contrato «matrimonial». Todos, absolutamente todos, buscan el esquema hombre-mujer-hijo porque realmente funciona. Fomentar el divorcio, hacer imposible la compatibilidad laboral, desdibujar la identidad sexual de padres y madres, cerrar el grifo económico a la familia, privilegiar a las clínicas abortistas, son opciones torpes desde el punto de vista social porque dificultan el futuro.
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