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Las chicas

La Razón
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Estaba yo el otro día en el probador de unos grandes almacenes, cuando me llegó nítidamente la conversación de dos adolescentes del probador vecino. La verdad es que me quedé pasmada. Resumiendo, una le preguntaba a la otra quién era esa chavala que la había mirado mal en la calle. La otra contestó algo así como que la conocía poco, pero que tenían mal rollo. La primera en un tono de indignación radical añadió: «Como la vuelva a ver yo mirarte así, la meto, vamos, que la parto la cara». ¿Qué les pasa a las niñas de hoy? ¿Cómo pueden expresarse con tanta virulencia? No es lógico, y me atrevo a decir que tampoco natural, que dos féminas a medio hacer quieran resolver sus diferencias a golpes. Ni aunque sea un farol tiene sentido. Porque las palabras no son inocentes y reflejan un sentir, un pensar, un querer actuar de un modo u otro. Estoy segura, además, de que las muchachitas no eran marginales ni de familias desestructuradas. He escuchado a las hijas de mis amigos hablar en la intimidad de forma parecida. Con aluviones de palabras malsonantes y violentas. Lo veo en la calle, en niñas con sus vaqueros caídos o sus uniformes de colegio de monjas. Está a la orden del día y no lo podemos negar. Siempre he dicho que el sistema educativo es un desastre pero que refleja el sistema político y social de los adultos. Los valores morales y artísticos están en último plano. Los padres, con esta vida estresante que llevamos, nos sentimos impotentes. Sabemos que el dolor de los adolescentes (de ahí viene la palabra) les llena de rabia. Pero estos de ahora tienen la rabia más a flor de piel. O los poderes se ponen las pilas y empiezan a apoyar verdaderamente a las familias, al nuevo modelo de familia en la que ambos padres trabajan, o los hijos pasarán de la soledad a los puños. Por mucho que tarareen la canción de Rosario: «Pero nunca, nunca más usar la violencia».