Diseño
«Lo importante es la calidad» por José Antonio Vera
Asistimos en estos días de crisis a una guerra sorda en el mundo de las marcas que no es exclusiva de la alimentación, sino que se traslada igual al ámbito de los medicamentos o de cualquier otro aspecto del consumo. En la farmacología la marca blanca son los genéricos, y en los supermercados es la marca propia del distribuidor o de la cadena (MDD), que suele tener la ventaja de ofrecer unos precios mucho más competitivos por un producto que en teoría es similar al de la marca reconocida. ¿Es igual una cosa que la otra o hay diferencias importantes? En principio, hablando de medicamentos, por ejemplo, dado que los principios activos son los mismos, no debería haber diferencia entre el «genérico» y el teóricamente original. Pero los consumidores habituales sabemos que sí la hay, y que en no pocas ocasiones la copia es, en efecto, más barata o mucho más barata, pero que no siempre aporta la misma calidad.Puede haber situaciones en que resulte al contrario. Parece difícil, pero puede ocurrir, y de hecho sucede. Aunque no es lo normal. Es lógico que el consumidor vaya siempre a por lo más barato, aunque también es cierto que cada vez es más frecuente el comprador exigente que, además de buen precio, busca calidad. Si ambas cosas van unidas, mejor que mejor. Lo que sucede es que eso es algo que no se produce por sistema. Conozco a personas que me hablan maravillas de tal fabada enlatada sin marca alguna. Particularmente prefiero la «litoral», pero si te dan una exactamente igual por mucho menos precio es como para pensarlo, en efecto. En una época en la que hay que mirar por la pela es evidente que este tipo de marcas sin marca pueden ser muy útiles. De hecho, cada vez hay más en los supermercados, y su consumo aumenta en porcentaje espectacular. En Mercadona su peso es del 35 por ciento; en Eroski, del 30; en Carrefour, del 25; y en Día hasta del 50. En 1991 suponían el 7 por ciento del consumo, y ahora más del treinta. Los defensores de la ¿blanca¿ insisten en que ¿su calidad no tiene por qué ser mala¿. Cosa que es verdad. De hecho, en ocasiones las ¿blancas¿ no se corresponden con la peor calidad de la gama. Ellos dicen que su menor precio es posible por la ausencia de inversión en publicidad. También es cierto, empero, que la calidad del producto se puede resentir por ahorrar demasiado en sus componentes. Algo que sucede menos sabiendo uno lo que compra. Está aún pendiente la asignatura de educación al consumidor. Si cada uno de nosotros sabe qué pedir y qué exigir a la hora de comprar, avanzaremos mucho con relación al mensaje que le vamos a mandar al fabricante. Si el productor percibe que el público exige calidad, acabará dando calidad para mejorar sus ventas. Pero si entiende que a la gente le importa bastante poco la calidad, porque lo que en realidad prima es el precio, hará lo que sea por ofrecer un mejor precio, aunque para ello tenga que sacrificar la calidad. Cuando hablamos de situaciones de paro y escasez de liquidez en las familias es difícil plantear que deba pesar la calidad por encima del precio. Es lógico que sea al contrario. Pero lo deseable es que cada uno de nosotros tenga asumido que, al margen del precio, debe exigir calidad y comprar calidad. Para ello es fundamental saber seleccionar, exigir un correcto etiquetado y, por ejemplo, tener información puntual de qué es lo que compramos: si se ha puesto éste o aquél conservante, si lleva sal o sucedáneos, los procesos a los que ha sido sometido y cuáles son todos y cada unos de los añadidos del producto. Si exigimos eso, el fabricante hará un esfuerzo por darnos tal información. Si nos limitamos a comprar por comprar siempre lo más barato, sin mirar qué nos llevamos, es posible que en más de una ocasión nos den gato en lugar de liebre. No es ninguna tontería la formación en materia de consumo. Porque no importa tanto que la marca sea blanca o negra como que tenga calidad. Eso seguro.
jvera@larazon.es
✕
Accede a tu cuenta para comentar