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Los pendones

La Razón
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En los Madrid-Barça, por mucho que cambien las plantillas de los equipos, da la impresión de que existe una herencia anímica que se transmite y ello hace parecer que la gran rivalidad no merma juegue quien juegue. Los defensas madridistas quieren ser Be- nito y los delanteros barcelonistas, Kubala. Hay una memoria histórica que se inocula de generación en generación y de ahí que cada vez que hay un título en juego salgan de los desvanes todas las viejas estampas. No habrá una sola localidad en las taquillas para quienes hayan aguardado al último momento. En estos encuentros se hacen toda clase de sacrificios económicos por mucho que la crisis apriete. A los viejos taurinos siempre les oí decir que había gentes que vendían el colchón para ver a Lagartijo y Frascuelo en un tiempo, y a Joselito y Belmonte en otro. Los aficionados se toman estos encuentros como algo personal. Es como si jugara la familia. Es en estas ocasiones cuando se justifica que los escudos, las banderas de los clubes, sean el moderno remedo de los pendones medievales. Hay en estos momentos sentimientos que van más allá de lo estrictamente deportivo, que es lo que debería ser. Salen a relucir todas las querencias y malquerencias y ellas, con los honores, se ponen en los pies de futbolistas, en muchos casos foráneos, y en cuyas cabezas no entran cuestiones históricas y ni siquiera románticas. Madrid y Barça, en terreno futbolístico se disputan la posibilidad de ser campeones. Hace dos meses era inimaginable.