Nueva York

Los Stones y Scorsese «Satisfaction» en Berlín

La Razón
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¿Con la música a otra parte? No, con la música a la Berlinale. Los primeros en tocar su serenata han sido los Rolling Stones, filmados por Martin Scorsese en «Shine a Light». Ayer inauguraron diez días de cine en olor a multitudes, como verdaderas estrellas del rock: las colas de periodistas obligaron a duplicar el pase matinal y la rueda de prensa estaba hasta los topes una hora antes de que hicieran acto de presencia.

Inteligente estrategia de marketing por parte de un festival que, este año, anda escaso de estrellas de cine y sobrado de ídolos del rock: a los Rolling Stones se le añaden Neil Young (que presenta, bajo el seudónimo de Bernard Shakey, «Dejà vu», un documental sobre Crosby, Stills, Nash & Young), Patti Smith (que dará un concierto mañana sábado en el Passionskirche de Kreuzberg) y Madonna, que compite en la sección Panorama con su ópera prima, «Filth and Wisdom».

concierto privadísimo

En todo caso, la proyección de «Shine a Light», primer documental que inaugura la Berlinale, ha atraído la presencia de, entre otros, Goldie Hawn, Brian de Palma y Steven Soderbergh. Quizás fueran los invitados de excepción de ese concierto privadísimo que los Rolling Stones celebraron ayer por la noche en un local indeterminado de la capital alemana. Concierto para VIPS que, tal vez, sólo sea una leyenda urbana.

¿Qué aporta «Shine a Light» al interés que Scorsese siempre ha mostrado por la música popular? Antes de entrar en materia, hagamos un poco de memoria: recordemos, pues, el hermoso plano secuencia que cerraba «El último vals», espléndida filmación del último concierto de The Band, y recordemos «No Direction Home», en el que, por primera vez, un documental sobre Bob Dylan contaba con la presencia de Bob Dylan.

Ambas películas eran, en cierto modo, melancólicas: la primera era un testamento; la segunda, una visita guiada por el universo de un creador fantasma. Quizá es lo que las diferencia de «Shine a Light», porque los Rolling Stones no saben qué significa la palabra «melancolía». De ahí que la filmación de este concierto, celebrado en la relativa intimidad del Beacon Theatre de Nueva York, se contagie de la vitalidad –y también de la impaciencia: no hay más que ver los fundidos encadenados que Scorsese utiliza para resumir la presentación de los miembros del grupo para darse cuenta de la prisa que tenía por volver a verlos tocar– de una banda que parece agarrada al presente de un modo insólito. «Sabía que, de algún modo, hacer esta película me daría energía, me rejuvenecería», confesaba Scorsese en rueda de prensa. «He sido un profundo admirador de su música desde los sesenta, y siempre he procurado poner alguna de sus canciones en mis películas. Tienen una dimensión atemporal que me fascina».

Batalla de líderes

Buena paradoja: los Rolling, que ya han superado la sesentena, aportan juventud al ya de por sí joven estilo scorsesiano. Mick Jagger: «Ésta es la única película de Scorsese que me gusta de verdad», dice entre risas. Y añade: «Lo primero que le propuse a Martin era que filmase este espectáculo al aire libre, cuando lo montamos en la playa de Río de Janeiro. Pero prefería algo más íntimo, más cálido». Algo, en fin, más controlable: al principio de «Shine a Light» escuchamos una hilarante conversación telefónica entre Scorsese y Jagger en la que queda claro que, después de todo, el resultado final de la película será el fruto de una lucha de egos, un duelo de titanes que han respetado escrupulosamente el terreno ajeno, una suave batalla de líderes nerviosos que se admiran.

Los nervios se notan: «Acabamos de construir el decorado, de darlo por bueno, una hora antes de empezar el concierto, y yo ni siquiera estaba muy seguro de cuál iba a ser la primera canción que tocaran», explica el director estadounidense. «Ahí es donde está la gracia de este formato, el documental impone una inmediatez que es necesaria que se traduzca en imágenes».

Como no podía ser de otra manera, «Shine a Light» es un prodigio de puesta en escena y, sobre todo, de montaje. Rodada durante dos días en el Beacon Theatre durante el otoño de 2006, la película, para la que Scorsese ha contado con un equipo de operadores de excepción (John Toll («Braveheart»), Andrew Lesnie («El señor de los anillos»), Ellen Kuras («Olvídate de mí») y Emmanuel Lubezki («El nuevo mundo»), Robert Elswit («Magnolia») dirigidos por Robert Richardson, reproduce con fluidez los gestos eléctricos de Mick Jagger, la socarronería macarra de Keith Richards y el sarcástico hermetismo de Charlie Watts y Ron Wood. Es, sin duda, un concierto excelentemente filmado, cuyo prólogo sirve para que Scorsese muestre la maquinaria de su propio rodaje, haciéndola visible, hablándonos, después de todo, de los preparativos de un acto de creación conjunto.

entre canción y canción

¿Y qué hay detrás de este brillante artefacto? No mucho más de lo que se ve a simple vista, la verdad: por ejemplo, cuando, entre canción y canción, Scorsese incluye material de archivo, no lo hace con una intencionalidad crítica o histórica. Las breves declaraciones de los Rolling Stones no explican nada, no son más que notas de color en un todo homogéneo, destellos de complicidad pretérita tan triviales como los periodistas a los que responden. Ayer, al preguntarle sobre las diferencias entre trabajar con Jean-Luc Godard en «Sympathy for the Devil», rodada en el significativo 1968, y Martin Scorsese, Mick Jagger no supo muy bien qué responder. Gran admirador de la obra del cineasta francés, Martin Scorsese salió en su ayuda: «Es fascinante el modo en que Godard contó, pieza a pieza, el proceso de creación de una canción». Eran, por supuesto, otros tiempos: Godard filmó la grabación del célebre tema de los Rolling y lo remontó con imágenes de la revolución contracultural y testimonios de los Black Panthers para reflexionar sobre el valor icónico de la banda en ese contexto político. En cierto modo, para Godard los Rolling eran el símbolo de una sensibilidad «mainstream» que se había disfrazado, temporalmente, de lobo feroz.

Ahora, los Rolling visten piel de cordero: toda la familia Clinton (abuela incluida) asiste al concierto del Beacon Theatre, y entre las estrellas invitadas que se suben al escenario están Christina Aguilera y Jack White, de los White Stripes. Scorsese no tiene discurso político, muestra el éxito de una banda cuya gran virtud es su enorme instinto de supervivencia. Lo que nos lleva a pensar que los breves viajes al pasado de los Rolling son innecesarios, y que, puestos a elegir, y al margen de sus innegables aciertos, «Shine a Light» está un poquito por debajo de otras grandes películas-concierto, como la magnífica «Stop Making Sense», en la que Jonathan Demme hacía maravillas con el espacio escénico del recital de los Talking Heads, o como la mismísima «El último vals». Mientras tanto, Scorsese amenaza con otro documental musical dedicado a George Harrison. Veremos qué tal.