Portugal
Los veranos
Hace no mucho, intentando recordar cada uno de los últimos treinta veranos vividos, caí en la cuenta de que, peliculero como nadie, los evocaba casi todos tal si hubiera tenido unas vacaciones de cine. Que también. Escena 1: los veranos bajo el sol infernal de Sayago junto a la abuela Rosalía; ésos en los que al amanecer montábamos en bicicleta, por la tarde nos marcábamos una sesión de monaguillos a cinco duros la misa y, cuando caía la noche, jugábamos a las cartas empachados de arroz con leche. Eso, cuando no tocaba trillar y subir en el burro de Aquilina. O cruzar a Portugal, comer bacalao y comprar toallas a gogó.Escena 2: los veranos en la playa de Los Locos, la misma a la que la abuela Sagrario y el abuelo Teodoro nos prohibían acercarnos porque las olas no daban tregua. Aun así, íbamos y nos mojábamos los pies en plan valiente hasta que se ponía el sol. Entonces, nos duchábamos y paseábamos y comíamos sardinas y pipas con sal y arañábamos las horas para intentar tomarnos el primer gintonic de la historia. Como si ya fuéramos mayores. Ja. Escena 3: los veranos en ruta por España; mamá agarrada al mapa, papá pegado al volante y hermana convertida en improvisado cojín para que el aquí firmante, tan peliculero como cesto, durmiera de aquí a Almería sin decir ni mú. Veranos de comer a pie de carretera, de descubrir que Benidorm no nos gustaba y de parar en un sinfín de iglesias y museos con parada y foto en La Alhambra.Escena 4: veranos de mochila al hombro, de sacudirnos el polvo del camino de festival en festival como si todos fuéramos «hippies». Que ni de coña.Escena 5: veranos de becario, desde esta misma silla y con el asfalto de Madrid como escenario de lo que estaba por venir. Escena 6: verano de 2009. Crisis, hipoteca a cuarenta años y aquí no hay playa. Que se acabó la película, vamos.
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