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Luces y sombras de la Ilustración

La Razón
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ué son los vampiros? ¿Necesariamente esos seres muertos, de ascendencia generalmente transilvana, que buscan la noche y la sangre fresca? ¿O quizá esos rebordes oscuros, donde el azogue hace burbujas, de los espejos de la razón? ¿Allí donde se mezcla el malditismo, los hijos de Barón Corvo, las aventuras góticas, la novela histórica, los claroscuros de la Ilustración...? Pues quizá son estos los vampiros de los que habla Francisco Casavella en su novela «Lo que sé de los vampiros», premio Nadal 2008.
Casavella nos da cuenta del siglo XVIII, un periodo bisagra donde las puertas de Europa se abren a las Luces, pero también esas mismas luces crearán sombras espesas en otros muros de la habitación: los ilustrados serán uno de los lados de un espejo donde también se reflejará la guillotina y los asesinatos masivos, anunciando quizá la apoteosis final del siglo XX, y bajo la profecía lúcida de Goya de que la razón engendra monstruos. Al colocar la Enciclopedia delante de los focos, parece decirnos Casavella, quizá veamos una alargada sombra que trace picas con cabezas de los guardias de corps.
Un Rousseau con incontinencia urinaria y un Voltaire envuelto en abrigos tiñosos no se diferencian mucho en el espejo de Casavella de un Cagliostro o un conde de Saint-Germain. Quizá porque la vida, como pensaran los gnósticos y reseñara Borges, no es sino una locura pensada por un demiurgo maligno. Así, frente a la apostilla que hace, dice Casavella, «un hombre ilustrado» al pie de una carta: «¡Vivimos tiempos de luz!», Casavella nos traza una Europa tenebrosa, llena de tahúres, violencia gratuita, gobernantes corruptos y un pueblo saqueador y embrutecido por sus pasiones. ¿Y qué es lo que Francisco Casavella sabe de los vampiros? Nos lo cuenta su personaje central, Martín de Viloalle, un joven de la pequeña aristocracia gallega que toma la decisión de marcharse al exilio con sus maestros jesuitas, cuando estos son expulsados de España.
Complejidad conradiana
Descrito con una complejidad psicológica semejante a la de algunos torturados personajes de Conrad, será después caricaturista y falsificador en una Roma disoluta y enloquecida, para después acompañar en sus aventuras por media Europa a un misterioso caballero, el señor de Welldone, que acabará por ser el conde de Saint-Germain, uno de los más fascinantes personajes que vivieron en aquellos tiempos, conspirador, timador, soñador, masón, esotérico e inmortal, como él mismo afirmaba. El joven estudiante irá descubriendo, en un recorrido a medias iniciático y de novela picaresca, las pasiones sexuales, la corrupción moral de los nobles, la vida sórdida de los comerciantes y pequeños burgueses, viajando por estados alemanes, siendo preceptor en una ciudad vasalla del rey de Dinamarca, donde Welldone navegará entre el triunfo y el desastre final. Y como fin de camino, Martín llegará a un París revolucionario donde funcionan las picas como soportes de las cabezas y de los sueños delirantes de una Maria Antonieta y su corte.
Reflejos de espejo
La sombra de un Federico de Prusia mandando cargas de caballería tras gritar a un oficial temeroso: «¿Te crees que vas a vivir eternamente, soperro?», o un permanente cartapacio con dibujos provocadores, forman espejos que reflejan escenas en esta novela de luces y sombras de Casavella. Al igual que en su trilogía «El día del Watusi», Casavella usa metáforas históricas para mostrar al lector el frágil hielo sobre el que camina una civilización que lo mismo ilumina las plazas públicas con piras donde arden personas o libros, que hará nacer en su seno ilustrados, soñadores y creadores de utopías que en el otro lado del espejo de la historia pueden tener el nombre de guillotina o de Manthaussen.