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Madrid-París

La Razón
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orque ahora París no suena a bohemia ni a Gene Kelly zapateando, sino a coches en llamas, supongo que la Cañada Real ya no nos parece una situación tan terrible, y casi añoramos el tradicional retraso con Europa, que en realidad consistía principalmente en los bikinis de las suecas. Hasta lo ha dicho Alfonso Guerra, que reconoce que en la Transición pesaron más las curvas de las nórdicas que los principios políticos.

Así que, para estar tranquilos, todo es cuestión de compararse con alguien peor, como Susanita, la de Mafalda, que leía ella las noticias de sucesos para darse cuenta de su gran bondad al carecer de instintos homicidas o cleptómanos. Pues igual nosotros, a disfrutar de Madrid porque todavía los guetos son soportables y los altercados pocos.

Arde París y van... ni se sabe, y mientras allí se quema la quinta república aquí la luz la ponen las fiestas invernales, que algunos llaman navideñas por coincidencia de fechas, y por algo de ilusión antigua, también, que siempre es mejor hacerse a la idea de que si Chencho se pierde luego acaba apareciendo, aunque uno sepa por dentro que en la vida real sucede lo de Madeleine.

En vez de amores imposibles, el tren expreso de Campoamor, que unía Madrid con París, podría contarnos ahora el modelo urbano al que nos dirigimos, porque la gran ventaja de ir retrasados es que uno puede ver los problemas de la vanguardia. Tanto tiempo empeñados en ser Europa y cuando al fin llegamos la fiesta está terminándose, el ambiente enrarecido y con más barrricadas que ilusión. Así que tampoco era esto. Sólo falta que la política sepa interpretar el aviso, y que todo el afán no se consuma en bombillitas de diseño.