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Membrillo de sarro (y VI)

La Razón
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Haber conservado cierto equilibro emocional se lo debe Larry Williams a un viejo principio según el cual «los errores que recién cometidos ocasionan remordimiento, con el transcurso del tiempo suelen producir nostalgia». Todo es relativo: el amor, la belleza, la felicidad, «incluso la puntualidad de los trenes es contraproducente si por su culpa llegas demasiado pronto al sitio al que jamás tendrías que haber ido». Al pianista del Savoy nunca le llegó el éxito con el que soñó cuando era joven, pero su experiencia le dice que «la felicidad del triunfo no suele ser mayor que el placer que causan los vicios que lo impiden». En palabras del columnista Chester Newman, «el éxito empieza a ser incómodo cuando descubres que tus ocupaciones te han dejado sin tiempo para contestar el correo que recibes». Una de las primeras cosas que me dijo el viejo Giacomo Pavesse al poco de conocerle en el Savoy, fue que «al natural despilfarro de la juventud hay que entregarse con razonable temeridad antes de que la vejez convierta en prudencia tu mala salud». ¿Estaría en lo cierto el viejo y venerable mafioso? No creo que Larry haya pensado mucho sobre ello, pero su vida es en cierto modo el fiel reflejo de un pensamiento como el del fundador del Savoy. De hecho, reconoce que su vida ha consistido en resistir en pie el máximo tiempo para no perderse un solo instante de sus sueños, «y cuando arrecia el cansancio, dormir esas pocas horas que el cuerpo necesita para que a tu alma le salga limpia la primera orina de la mañana». Podría haber sido un exquisito pianista de élite en el Carnegie Hall o en el Lincoln Center, pero optó por echar el ancla en el Savoy. ¿Un fracaso? Depende de cómo se mire. Según Larry, «la pobreza es ese extraño capricho que los ricos no se pueden pagar con su dinero». Tampoco considera la suya una vida fallida, «aunque a veces, amigo mío, echo de menos mi infancia en Alabama, cuando incluso a los niños la muerte nos parecía un mérito»...