Arquitectura
«Mi apellido es una bendición y un estigma»
Todo comenzó como un juego entre octavo de E.G.B. y primero de B.U.P. «En mi colegio existía la tradición de contarnos a través de las dedicatorias de los cuadernos lo que queríamos decirnos. Yo era el rey de las dedicatorias adolescentes. Era un método para ligar y mis compañeros me pedían que las escribiera y luego las firmaban ellos». Pablo D'Ors, sacerdote de vocación y de oficio, irrumpió en la literatura como un Cyrano de Bergerac «amateur», escribiendo frases que luego rubricaban otros. «Lo que demuestra que la palabra es el mejor instrumento de seducción, la forma de entrar en el corazón de una persona», añade. El escritor acaba de publicar «El estupor y la maravilla» (Pre-Textos), su cuarto libro y su tercera novela, una obra taraceada con humor, que es una de las valiosas filigranas de la inteligencia. Aunque hay quienes dirán que en lo suyo también hay cierta dosis de sabia retranca. «Los libros están para reírnos del mundo y con el mundo. Lo más serio es, precisamente, de lo que más necesitamos reírnos. Es importante aprender a bromear sobre nosotros mismos».
El templo de las musas
La obra narra la peripecia interior de Alois Vogel, vigilante de museo, y su mirada sedentaria por las salas de exposición. «Hice un trabajo de campo. No me interesaban tanto los objetos que se exhibían, sino el hecho del museo en sí mismo y los visitantes que hay en torno a las obras de arte. El espacio físico de un museo es muy parecido al de un templo. Se olvida que el museo es el espacio de las musas, pero deberían ser también lugares de creación. Es el mejor espacio para una escuela de pintura». Al escritor, nieto de Eugenio D'Ors, le sorprenden las colas que en ocasiones llenan las pinacotecas y explica: «Una sala puede estar vacía, pero de repente la promocionas con una exposición, y ya te tienen que dar hora para visitarla, igual que cuando vas al médico», afirma con ironía. Luego, con aplomo, discurre: «Hay que alejarse de las intelectualidades del arte. Evitar el complejo de inferioridad porque no se tenga formación. El arte está para todos».
Su predisposición artística surge, de manera paradójica, de los deseos de su padre. «Quería que fuéramos médicos o arquitectos. Por eso todos le salimos escritores, pintores o directores de escena», dice sonriendo. La bohemia y la locura se la llevó el propio progenitor entre las solapas de los libros y las visitas a las galerías de arte. «El apellido es una bendición y un estigma. Si eres nieto de un monstruo como Eugenio D'Ors, tú serás un enano. Pero siento orgullo también, porque él debería estar a la altura de un Pascal o un Goethe por la belleza formal de sus escritos y la profundidad que tienen». Por eso, cuando se le pregunta por las comparaciones y, sobre todo, por la repercusión de los estados de ánimo en una obra, responde: «El ánimo influye mucho en una novela. Son meses y años los que trabajas, y pasas por muchos estados de ánimo. La novela es una autoficción. No contamos directamente lo que hemos vivido».
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