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Cuenca

Naturaleza y arquitectura

Naturaleza y arquitectura
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Muchos recordarán aquel eslogan tan bien traído que proclamaba a los cuatro vientos la originalidad de esta ciudad castellana. Pero «¡Cuenca es única!» era más que un eslogan; podría muy bien afirmarse que también se trataba de una llamada de atención, de una forma de reivindicar la propia autoestima después de soportar durante décadas ese otro dicho dirigido a los escépticos que afirmaba que Cuenca (como Teruel o Zamora, por citar otras grandes olvidadas) también existía. Con el paso de los años, aquella especie de grito de guerra de los conquenses ha perdido vigencia, aunque sigue siendo un destino único y especial. Hace tiempo que Cuenca ocupa en el mapa el lugar que le corresponde. A su belleza se han ido incorporando apuestas culturales de extraordinario valor. Sólo citaremos aquí la última de las varias visitas obligadas para cualquier visitante: la exposición-homenaje a Fernando Zóbel, recientemente inaugurada en el Museo de Arte Abstracto. Personalmente me inclino por el arranque del otoño para visitar esta impresionante confluencia de naturaleza insólita y sabiduría arquitectónica. Los mil matices que ofrece la luz en esa época del año son incomparables. Y después del otoño, sin duda, la primavera. Descender desde la Plaza Mayor, en abril o mayo, por la Bajada de las Angustias, hasta llegar a la ermita del siglo XVII, es uno de esos paseos que, como otras muchas cosas en Cuenca, merecerían formar parte de la guía más exquisita.