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Ni llantos ni silbidos

La Razón
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No soy muy de himnos ni de desfiles ni de mal llamados «funerales de Estado», pero los pitidos en Mestalla contra el himno nacional y su manipulación televisiva son un mal síntoma. Aflora un enfrentamiento innecesario y una clamorosa falta de respeto. No admiro a los estadounidenses porque se pongan la mano en el pecho a los acordes del himno nacional ni a los franceses porque lloren cuando suena «La Marsellesa», pero sí les profeso respeto porque saben respetar, y hasta sana envidia (¿habrá envidia sana en las praderías de los pecados capitales?) porque optan, cabalmente, por esforzarse en regar puntos de encuentro en lugar de dinamitar oportunidades para el enfrentamiento. Yo sé que hay muchas Españas en España, quizá una por cada ciudadano, pero a la hora de lavarnos las manos antes de comer o de llevar los niños a la escuela o de conducir por el carril derecho o de darle un abrazo a un desconocido a quien te acaban de presentar hay cierto acuerdo tácito: ya se nos ha muerto el buen salvaje, la existencia humana es un cesto de cerezas, y vivir es convivir, y cuanto mayor sea tu capacidad para ceder mayor es la oportunidad de enraizarse.Entiendo que haya españoles, tan españoles como Don Pelayo o como el Cid Campeador, a quienes la música del himno nacional no les emocione, y que la consideran ramplona, soldadesca, franquista, cutre o lo que sea. A nadie se le pueden imponer las emociones, y la Novena de Beethoven es ruido para algunos que consideran a Ramoncín muy superior a Mozart. No estamos ante gustos ni estéticas, sino ante buenas formas y ante actitudes abiertas a la convivencia… Quienes se cubren la cabeza en las sinagogas o quienes se descalzan en las mezquitas no deberían silbar al himno nacional de su país, por extranjeros que se sientan en él.Al final, todo termina en lo mismo: en un asunto de educación. Georges Brassens cantaba que a él la música militar no le podía levantar, y se quedaba en la cama, en París, en el día de la fiesta nacional. Manuel Vicent estará escribiendo en estos días su genialidad anual contra la fiesta de los toros, pero nadie le vio insultando a Sebastián Castella en las cercanías de Las Ventas. Por eso admiro cada día más a los que convierten su propio desacuerdo en respeto. Son gentes de fiar.