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No debemos olvidar a Birmania

La Razón
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Hace sólo dos meses, la violenta represión de manifestaciones pacíficas en Birmania horrorizaba y escandalizaba al mundo. Puede que las imágenes hayan desaparecido de nuestras pantallas. Pero no podemos olvidar y no olvidaremos la difícil situación del pueblo birmano.

Un país con los recursos naturales necesarios para ser una locomotora de la economía es, sin embargo, el enfermo del sureste de Asia. Mientras el resto de la región avanza hacia la era digital, Birmania corre el peligro de retroceder a la Era de las Tinieblas. Su sociedad, apartada del mundo exterior y sin acceso no sólo a la democracia y al respeto hacia los derechos humanos, sino también a una formación adecuada y a los derechos económicos básicos, se encuentra en un estado de confusión. Las enormes manifestaciones y protestas que han tenido lugar en meses recientes demuestran que el régimen ha sobrepasado la capacidad de aguante de los birmanos.

La semana pasada, una nueva generación de dirigentes se reunía en Singapur para señalar un hito importante: el 40º aniversario de la Asociación de Naciones del Sureste de Asia (ASEAN). Aplaudimos esa celebración: hoy la ASEAN representa a una región orgullosa y próspera que se mantiene en el centro de la economía planetaria, y cuya voz se escucha y se respeta en todo el mundo. Los líderes de la ASEAN se enfrentaban al doble reto de consagrar una Carta que los obliga a respetar los derechos democráticos y humanos, y al mismo tiempo buscar soluciones a la actual crisis de Birmania. Al gobierno birmano se le envió un claro mensaje: no hay vuelta atrás. En eso coincidimos.

Es evidente que el país se encuentra ahora en una espiral descendente de pobreza y descontento. Como la UE, la ASEAN siempre ha entendido que el crecimiento económico y los mercados abiertos no pueden establecerse desde el aislamiento: la buena economía se basa en la buena política. Pero la política de Birmania está envenenada, y ahora necesita con urgencia una transformación, por la salud general de la región.

Agradecemos la declaración positiva y conciliadora emitida el 9 de noviembre por Daw Aung San Suu Kyi, premio Nobel de la Paz y cabeza visible de la oposición birmana. Señalaba su deseo de iniciar pronto un diálogo significativo y delimitado en el tiempo con el régimen birmano. También resaltaba la necesidad de una participación cada vez mayor de Naciones Unidas en Birmania, y subrayaba la necesidad de atraer a otras fuerzas políticas, incluidas las nacionalidades étnicas del país. Son medidas positivas.

Ya va siendo hora de que el régimen establezca un verdadero diálogo. Para ello debe retirar las restricciones a Aung San Suu Kyi, conceder acceso sin límites a Ibrahim Bambari, enviado especial del secretario general de Naciones Unidas, y prestar atención a las recomendaciones del portavoz especial de Naciones Unidas sobre derechos humanos, Paul Sergio Pinheiro. También debe entablar un diálogo sincero con Aung San Suu Kyi, así como con otros grupos de la oposición y líderes étnicos.

El objetivo debe ser la verdadera reconciliación y la transición política. Nadie supone que este proceso vaya a ser rápido ni sencillo. Birmania es una mezcla compleja de etnias, religiones y culturas. Deberá ser un proceso de base amplia e incluyente, y tener cuidadosamente en cuenta la necesidad de construir una estabilidad duradera que incluya a los grupos étnicos y políticos clave de Birmania. Los países vecinos están bien situados para apoyar y fomentar dicho proceso. Y, aunque la dictadura militar debe acabar, el ejército debe seguir desempeñando una función importante en el futuro gobierno, como la propia Aung San Suu Kyi ha reconocido.

La comunidad internacional y, en especial, la UE enfrentadas al deterioro de la situación humanitaria en Birmania, ya han aumentado su ayuda para cubrir las necesidades de los más vulnerables. La UE ha decidido asimismo reforzar las sanciones contra Birmania para enviar un mensaje político enérgico, y ha establecido en consecuencia una nueva serie de sanciones dirigidas específicamente contra el régimen militar. La UE ha dejado también claro que está completamente dispuesta a revisar, enmendar o reforzar las medidas restrictivas existentes a la luz de la evolución sobre el terreno y de los resultados obtenidos por la Misión de Buenos Oficios de Ibrahim Bambari. Creemos que será más fácil fomentar un cambio positivo siguiendo el método del palo y la longaniza: por una parte, una combinación de medidas restrictivas dirigidas a sectores concretos; y, por la otra, el alivio de estas medidas y la perspectiva de una iniciativa económica amplia. Sin embargo, este cambio sólo será posible si hay una clara señal de que está en camino una verdadera transformación que conduzca a un nuevo modo de gobierno democrático en Birmania. El premio para el pueblo birmano, que tanto tiempo lleva sufriendo, y para los vecinos, que también padecen desde hace demasiado tiempo los problemas de los refugiados, los narcóticos y la inestabilidad, que rebasan las fronteras birmanas, es verdaderamente excepcional: una Birmania próspera y estable, a la altura de su potencial económico y que potencie el dinamismo económico de la región.

Pero para conseguir ese premio hará falta un esfuerzo sostenido y una verdadera movilización por parte de la comunidad internacional. Seguiremos apoyando al pueblo birmano ahora que se prepara para celebrar el 60º aniversario de la independencia. Esperamos que 2008 traiga por fin la paz y la reconciliación a Birmania.