«Parque vía»: El círculo se cierra

Una araña aplastada en los títulos de crédito; y los zapatos gastados de Berto, que durante un largo plano secuencia camina por la casa que cuida mientras la señora intenta venderla, recoge la ropa, fuma, anda de nuevo. Todas las mañanas, Beto se levanta a las 7,15, da el mismo peso en un cacharro vetusto y mastica tantas veces los bocados que parece olvidar que estaba comiendo. Aunque en el extraño edificio (como el desasosegante búnker de «Carretera perdida») ya no vive nadie aparte de Berto y de su sombra, no abandona las habitaciones del servicio y cada día plancha una camisa, una camisa blanca. Menos el último. De vez en cuando, llama a una puta con la cara vacía y hacen el amor en una cama minúscula. Antes se huele el aliento. Desde el arranque de «Parque vía» algo enfermo y amenazador flota en el aire estancado. Morosa, arriesgada, radical y espesa, la película compone con el mínimo de los recursos narrativos posibles el retrato de un hombre que, mientras cabecea, oye las noticias de TV, siempre una retahíla sobre asesinatos violentos, sangre y vísceras rotas. Berto, un tipo solitario y tranquilo que un día, él también, revienta. Porque nunca abandonará las viejas costumbres. Maldita y peligrosa rutina.