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Qué me pasa doctor

La Razón
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No es verdad que a la gente de lo que más le guste hablar sea el fútbol, los toros o los cuernos de los famosos. De lo que más le gusta hablar es de enfermedades. En la taberna, en el metro, en la cola del pan, se juntan un par de almas y, como si nada, se pasa del «Hola, ¿qué tal?», «pues muy bien», a una charla sobre males y entresijos donde cada cual disputa el honor o el dolor de ser víctima de peores achaques. El español sobre todo no sólo disfruta hablando de las tristes averías de su carne mortal, de sus abcesos, pólipos, tumores y forúnculos, sino que hasta parece feliz si sus abcesos, pólipos, tumores y forúnculos son más morrocotudos, graves y dañinos que los de su vecino.Lo más curioso es que quien más, quien menos, todo quisque se las da de autoridad médica. Nos pierden series como «Urgencias», «Anatomía de Grey» y «House», pero, hasta ahora, a George Clooney, Patrick Dempsey y Hugh Laurie no se les pueden atribuir más curaciones que las de las audiencias.Hoy volvemos a unir la política con la sanidad para despotricar en los corrillos. Se pone en el punto de mira al Gregorio Marañón por la infortunada muerte de un bebé. Las desgracias encienden la cólera popular para pedir cabezas. Pero duelen las críticas ciegas a un centro cuya directiva ha asumido velozmente su responsabilidad y del que sólo puedo decir alabanzas. Valga mi admirado reconocimiento a hepatólogos como los doctores Rafael Bañares, Diego Rincón, MªElena Salgado y el resto de sus compañeros. Médicos y enfermeras. Porque al hablar de un hospital no sólo hemos de contar las vidas que se pierden, sino, sobre todo, no olvidar nunca las que se salvan.