Educación
Qué pasa en la enseñanza
a enseñanza en España, en todas las autonomías, se observa como problema. Nada nuevo. Se considera que los modelos educativos no funcionaron bien. Pero la decadencia de la enseñanza es un tópico que, por reiterado, debe contener algo de verdad. Cada Gobierno, con la mejor voluntad, reinventa planes, modifica leyes, establece una más prolongada permanencia en las aulas de los jóvenes. La coexistencia de la enseñanza pública, mixta y privada complica aún más las cosas. Nunca habían existido tantas Universidades, algunas casi desiertas, y otras, superpobladas en determinadas Escuelas y Facultades, pero ello no significa que se haya mejorado. El modelo privado triunfa en las Escuelas de Negocio. Se impone, por necesidades familiares, la permanencia casi obligada en guarderías. Naturalmente, la alta burguesía o la aristocracia antes lo resolvían con institutrices y maestros o internados en Suiza. Pero esta sociedad ya no es la del siglo XIX, ni siquiera la del XX. Los políticos viven rodeados de consejeros pedagógicos que evalúan la ineficacia de los maestros en cada uno de los estadios educativos, sin que pedagogos, psicólogos y políticos sean, a su vez, evaluados. Las técnicas de enseñanza se tornan más y más complejas, al tiempo que las materias incrementan su complejidad. Pero el fracaso escolar, por el que destacamos en el concierto europeo, es resultado de múltiples factores. ¿Se ha admitido que hemos absorbido en poco tiempo, en las ciudades más pobladas, más de un millón de emigrantes que desconocen la lengua, la cultura y hasta nuestras costumbres?
Los políticos dicen haber aumentado los presupuestos, pero los maestros no se improvisan, ni los laboratorios y bibliotecas. No es posible satisfacer, a un tiempo, con becas diversas, a universitarios y subvencionar escuelas privadas y públicas. ¿Y las guarderías que deberían estar en manos de puericultores? Si la educación le preocupara a la ciudadanía, los políticos se esforzarían en imaginar alternativas. Pero no da votos. La Universidad se ha convertido en un aparcamiento juvenil, aunque cambien las titulaciones: grado, postgrado, máster, doctorado. Mas los profesores serán los mismos y, si es posible, seguirán enseñando lo que sepan. El hecho de que el alumno llegue sin unos mínimos conocimientos, sin disciplina, sin curiosidad por el aprendizaje procede de los valores decadentes de nuestra sociedad. La enseñanza preescolar – si la hay – y la primaria deberían ser la arcilla para formar el carácter del futuro estudiante. Tal vez no convenga retornar a aquel plan que obligaba a los niños de diez años a un examen de matemáticas elementales y a una redacción sin faltas de ortografía para ingresar en un Bachillerato que duraría siete años. Tampoco conviene disciplinar en exceso, pero el fracaso escolar no está sólo en la escuela. Es el fruto de los estándares de la vida moderna, desde la televisión y sus basuras hasta los ordenadores y las suyas. Se combina con el desprecio por la memoria, la maquinización, los artilugios de los juegos, el individualismo, el desconcierto de la planificación, el desprestigio del humanismo. En los «banlieu» franceses los desarraigados queman bibliotecas, containers y escuelas; en la Sorbona, grupos de estudiantes cierran el paso a quienes pretenden entrar en las aulas. No estamos solos, aunque la excusa no sea del todo válida.
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