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Racholas

La Razón
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¿Qué es escribir bien y qué es escribir mal? Los escribientes apurados siempre huyen de esa pregunta capital con la finta del subjetivismo. No hay informes PISA que evalúen nuestro nivel. Pero que no se haya hecho el estudio no significa que no puedan recabarse indicadores objetivos. Fíjense si no en Pilar Rahola, que ejerce actualmente de columnista en «La Vanguardia» tras un pasado de mal fin como independentista política. Rahola, esa locomotora furiosa, ha entrado en el mundo de la escritura como entró en el de la política: con el tiempo justo de entrar en boxes, revisar el nivel de aceite y cambiarse la faja. Hace quince días, hablando en sus páginas de un colega que dice admirar, se dejó escribir lo siguiente: «Día tras día, afinando el violín de la gramática, los artículos han ido fluyendo a través de su maestría, como una gran sinfonía de sentimientos e ideas. Y así, han llegado a los rincones más inhóspitos, allí donde habitan las emociones, sobrecargando las notas de nuestra partitura». Me temo que, efectivamente, «sobrecargar» es la palabra clave. Yo no sé qué pensaría Flaubert, autor de aquel fabuloso «Diccionario de tópicos», ante esta prosa alicatada, pero el futuro testimoniará que así se escribía en nuestra Península en 2009. Y lo bueno es que Rahola, cuando trabaja sin prisas y no pretende hacer «gran literatura» o ponerse poética, consigue unas columnas muy eficaces en lenguaje llano. Stendahl observó que, básicamente, hay dos clases de escritores: los que cuando ven un caballo dicen «corcel» y los que, ante el mismo animal, dicen «caballo». Lo matizo para que no vaya a pensarse que tengo manía personal o antipatía para con la buena de Rahola. Es tan sólo que ambos pertenecemos a una misma raza reconocible en todo el globo e inagotablemente sempiterna: la del barcelonés petulante.