África

Crisis económica

Recicladores de comida

La hambruna ha llegado al Primer Mundo, al octavo país industrializado, a la gente caída en desgracia en esta debacle económica

La Razón
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Los medios de comunicación estamos preocupados por informar de las últimas noticias sobre los posibles pactos para formar el Gobierno Vasco, los presuntos implicados en la «operación Correa» u otros aspectos de la actualidad informativa, mientras relegamos dramáticas situaciones de la vida cotidiana. La Declaración Universal de los Derechos Humanos, ratificada por España, dice, en su artículo 25, que toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure salud y bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias ajenas a su voluntad. No hace muchos días, durante el rutinario paseo con el perro, observé a personas como ustedes y como yo rebuscando comida en los contenedores repletos de desechos que el supermercado había sacado al exterior. Contenían yogures, conservas, fruta mezclada, pescado, carne.... Casi siempre he visto gente en ese lugar, ocupada en la misma labor, pero la novedad es que quienes ahora acometen esta misión no son pobres, ni «freegans» (movimiento por el consumo responsable y el no desperdicio de los alimentos). Forman parte de una inesperada proliferación del «glanage», aquella costumbre de la Edad Media que consistía en escarbar en los restos de las cosechas y los mercados, protagonizada por individuos que no esperaban verse en semejante trance. Hablamos hasta agotarnos de la crisis económica, pero no la visualizamos ni la interiorizamos hasta que no vemos esperando que la gran superficie saque sus contenedores de basura a personas como nosotros, agazapadas y escondidas, como si ser pobre fuera una vergüenza y no una desgracia. La hambruna ha llegado al Primer Mundo, al octavo país industrializado, a la gente caída en desgracia en esta debacle económica y se está cebando en la llamada clase baja, pero también en la clase media. Evidentemente, no alcanzará los niveles de África donde se vive en la extrema pobreza y resulta impensable que aquí fallezca una de las 24.000 personas que mueren al día por hambre en el mundo. Pero las cifras cantan y según las últimas dadas a conocer, el robo de alimentos a nivel nacional aumentó un 25%; ha crecido en un 500% la gente que come dentro de los supermercados sin pagar, los comedores sociales no dan abasto y la Asociación de Empresas de Limpieza Pública señala que en 2008 la basura se ha reducido un 20%. Pero, paradójicamente, el Ayuntamiento de Madrid sancionará con una multa de 750 euros a quien hurgue en la basura. Si los indigentes, personas mayores, jóvenes desempleados…. que acuden a esos contenedores para subsistir buscando en ellos comida, lo hacen porque no pueden entrar a comprarla, ¿cómo harán frente al pago de esa multa? El otro día me contaron que en Nápoles, los más pudientes dejan pagados cafés en los bares para que los consuman quienes carecen de recursos. Quizás entre nosotros una posibilidad sería que los supermercados no arrojaran la comida a los cubos de basura sino que organizaran esos desperdicios para hacerlos llegar a quien lo necesita.