España
Relevo en la Nunciatura
La habilidad diplomática de Monteiro ha preservado las relaciones Iglesia-Estado
El relevo del nuncio del Papa en España, monseñor Manuel Monteiro, que ha sido nombrado secretario de la Congregación para los Obispos, se produce en un momento de especial relevancia para las relaciones entre la Iglesia y el Estado. A la tramitación de la ley que legaliza el aborto libre y a la aplicación obligatoria de Educación para la Ciudadanía en las escuelas, se añaden otras iniciativas legislativas del Gobierno socialista que ahondan en sus políticas laicistas y que chocan con los postulados y principios de la Iglesia. Como el propio presidente Zapatero ha anunciado en diferentes ocasiones, antes de que acabe la Legislatura se habrá aprobado una Ley de Libertad Religiosa cuyo objetivo fundamental es recortar la presencia pública y social de la Iglesia y de los símbolos cristianos. No es descabellado augurar, por tanto, más días de tensión y conflicto entre los obispos y los dirigentes socialistas. De ahí la importancia inusual que tiene un relevo diplomático como el de monseñor Monteiro. A lo largo de los últimos nueve años, el embajador vaticano ha realizado una excelente labor en su conjunto, ha mantenido a salvo de los incendios políticos las relaciones de España con la Santa Sede y puso sus mejores artes al servicio del interés conjunto. Es probable que le hayan faltado con los obispos españoles el tacto y la mano izquierda que exhibió con el Gobierno socialista, con el que practicó la «diplomacia del caldito» invitando a cenar a Zapatero en vísperas de las últimas elecciones generales. Habría sido deseable, tal vez, una mayor coordinación y empatía con los responsables episcopales, por más que las funciones de unos y otros sean dispares aun sirviendo a la misma Iglesia. Con todo, los errores y carencias en los que pudo haber incurrido de puertas adentro de la Iglesia los compensó al preservar el diálogo fluido con los gobernantes, lo que sin duda fue decisivo para que algunas negociaciones delicadas se culminaran con éxito. Es el caso del nuevo modelo de financiación de la Iglesia, vieja asignatura pendiente desde los años de la Transición, que puso fin a la asignación directa del Estado y depositó en los contribuyentes la libertad de destinar el 0,7% de sus impuestos a sostener las actividades eclesiales. Los buenos oficios, en suma, del diplomático Monteiro han sido provechosos para limar aristas y rebajar tiranteces con un Gobierno en el que no han faltado laicistas radicales ni «hooligans» provocadores entre las filas de su partido. Como el propio embajador resumió ayer, «mi responsabilidad es mantener buenas relaciones con el Gobierno español, sea el que sea». Así parecen haberlo entendido las autoridades vaticanas al nombrarlo para un puesto clave en la elección de los obispos y la renovación de los episcopados. En este punto, no cabe duda de que la Iglesia española saldrá beneficiada gracias al conocimiento y afecto que monseñor Monteiro ha adquirido de las diferentes comunidades eclesiales a lo largo de casi una década. El relevo en la Nunciatura no será una cuestión de mero trámite, aunque cabe confiar en la proverbial habilidad vaticana para elegir a la persona más adecuada. España es, pese a las caricaturas que divulgan los laicistas, un país abrumadoramente católico en el que la Iglesia desempeña una función espiritual, social, educativa, asistencial y humanitaria insustituible. Es obligación de un Gobierno responsable no dañar las relaciones con ella, impulsar la cooperación y facilitar la ingente labor de las diferentes instituciones eclesiales, que redunda en beneficio de todos los españoles.
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