Historia

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Respeto al nombre de Dios

La Razón
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Es una muchacha judía, nacida en un «kibutz» y no creyente. Se enamoró de ella un muchacho ferviente creyente. La amaba mucho, pero le pedía que tuviera alguna fe. Por ello acudió a un sacerdote condiscípulo mío, especialista en Sagrada Escritura. Este se encontró con la circunstancia curiosa de estar dialogando sobre fe judía con una joven a la que hablaba de la fe en Yahvé, no en Jesús. Leían cada día fragmentos del Antiguo Testamento, pero siempre en hebreo. Cuando terminaron la tarea, ella le preguntó cómo podía pagarle el gran favor que le había hecho y el tiempo dedicado. Mi amigo le dijo que le grabara en un casete, pues su dicción hebrea era perfecta, el libro del profeta Amós.

Cuando escuchó la grabación, saboreando el texto leído con unción por la joven hebrea, se sorprendió, aunque lo encontró lógico, que cada vez que salía en el texto el nombre sagrado de Yahvé, ella leía «Ha Shem» (El Nombre). Evitaba, por respeto, nombrar a Dios. Siempre leyó «El Nombre». Tenía más mérito aquel respeto, porque ella seguía siendo, al menos en aquel momento, no del todo creyente, pero respetaba hasta el extremo el nombre de Dios.

Él me lo contaba gratamente impresionado. Yo le escuchaba, pensando a la vez, dolorido, en la falta de respeto en nuestro tiempo por el nombre de Dios. ¡Cuántas blasfemias, cuántas irreverencias a propósito del nombre de Dios! Si piensan hacernos daño, ¡aciertan! El menosprecio a quien más amamos, por el que vamos dando cada día la vida que él nos dio –seglares, sacerdotes u otros consagrados– nos duele profundamente. Quiero decir a los autores de estas irracionalidades que, aunque no lo crean, Dios existe y un día se encontrarán con él. Y lo sabrán Padre apenado por el desamor. Pues a Dios el comportamiento de los hombres «le toca». Y ha hecho todo por atraernos a su amor.