París
Ródchenko del comunismo al consumismo
Por primera vez se publican en España las cartas que el artista ruso envió a su familia desde París, donde revela la fascinación que sintió por los placeres del mundo occidental.
La frase es demoledora. «París se parece mucho a un pintor viejo con sus dientes de oro bien puestos y su pierna ortopédica». Así juzgó Alexander Ródchenko (San Petersburgo, 1891-Moscú, 1956), uno de los máximos exponentes del arte revolucionario soviético, a la ciudad que sería su casa durante tres meses. En 1925 viajó a la capital francesa enviado por el gobierno soviético. Su misión consistía en diseñar y construir algunas de las exhibiciones de la Exposición Internacional de Artes Decorativas e Industrias Modernas de París, un acontecimiento que serviría de escaparate para lavar la imagen exterior de la URSS. Grietas y dudasFue la primera vez, y la última, que el artista salió de su país. El impacto que le produjo cuanto vio en la capital del lujo dejó su férrea disciplina comunista llena de grietas y dudas. Llegó a París con un uniforme de obrero industrial y a la primera de cambio lo sustituyó por un fino traje con corbata y sombrero. El disciplinado Ródchenko vivió en sus carnes una especie de fiebre consumista, o casi. Esta sensación hizo que en su interior se librara una batalla entre los deseos por poseer todo aquello que le fascinaba y el sentimiento de fidelidad hacia sus principios comunistas, que reclamaban austeridad y un rechazo absoluto por casi todo lo que viniera de Occidente. El choque de costumbres que experimentó en París –una ciudad «afeminada», dirá él– ocupa buena parte de la correspondencia que envió desde París a su mujer, la diseñadora Varvara Stepánova, a su madre y a su hija, 52 misivas teñidas de nostalgia por su país, por Moscú y por su familia que sintió a los pocos días de llegar a Francia. Esta correspondencia ve ahora la luz en el libro «Cartas de París», publicado por La Fábrica. En seguida se dio cuenta de que la modernidad no sólo radicaba en los avances pictóricos de Picasso y Braque, como señala el arquitecto Ginés Garrido en el prólogo, sino también en la abundancia de objetos que era capaz de producir la maquinaria industrial de Occidente. «Aquí hay millones de cosas, te marean, apetece comprarlo todo. Aquí puedo gastar mucho dinero, he comprado aparatos por valor de 600 francos», le cuenta a su mujer. En ellas también vierte reflexiones acerca del arte francés y ruso, del diseño, de la publicidad y de la arquitectura hasta convertir estas reflexiones en una herramienta reveladora de cómo era la cultura que se estaba cociendo en los años veinte. Sus compras más preciadas son las que tienen que ver con el mundo de la fotografía. Ródchenko utilizaba la cámara como herramienta de trabajo desde hacía pocos años. Es en París donde adquiere una máquina de la marca Eka, precursora de la famosa Leica. Con ella realizó algunas de sus más conocidas composiciones geométricas: retrató escaleras, casas en construcción, sillas, estanterías, escaparates, todo aquello que tuviera líneas y formas constructivistas. Algunas de esas imágenes se publican por primera vez en este libro. Hedonismo occidentalPero el artista sufría, y no sólo por la nostalgia. A pesar de la fascinación por los bienes que tenía al alcance de su mano, la acumulación de objetos al modo francés le parecía hueca y vana porque pensaba que en Occidente el placer se había convertido en un fin en sí mismo. Le parecían obscenos los bidés y se indignaba cuando veía a las parisinas caminando vestidas a la última moda. «El culto de la mujer como un objeto. El culto de la mujer, como del queso azul o de las ostras, llega a tal extremo que ahora están de moda las mujeres feas, mujeres parecidas al queso podrido, con caderas estrechas y largas, sin pecho y sin dientes, con los brazos espantosamente largos y deformes, cubiertos de manchas rojas, mujeres al estilo "Picasso", al estilo "de la basura de la ciudad"». «Cartas de París» incluye un texto del nieto del artista Alexander Lavrentiev, quien escribe: «Este libro no rinde tributo únicamente a la memoria del pasado siglo XX o al trabajo de Ródchenko: nos hace destinatarios de Ród-chenko. Se dirige a nosotros con su mirada sincera y serena de la vida». Nunca se adaptó al modo de vida europeo, aunque asumió ciertos hábitos: «Realmente me he convertido en un occidental. Me afeito todos los días y me lavo sin parar», dice en una de las cartas. Al final de su estancia se muestra impaciente por volver a casa: «Mañana es el día. ¡Pronto seré libre! ¡Oriente!». Ródchenko, que puso su arte al servicio de la revolución soviética, vio cómo en 1928 la crítica oficial rusa le acusaba de plagiar las fotografías occidentales. A partir de 1930 se dedicó principalmente a los reportajes propagandísticos. Fue en la pintura donde el artista encontró el verdadero santuario en el que cultivar sus inquietudes más profundas.
Un ojo clínicoRódchenko supo desde el principio que estas cartas eran carne de libro a pesar de que en ellas habla de cuestiones puramente familiares. En una de ellas se lo transmite a su mujer, a quien anima para que las publique. Finalmente fue su amigo, el poeta futurista Maiakovski, quien las sacó a a luz en la revista de literatura y pintura «Novy LEF». El libro incluye un prólogo del arquitecto Ginés Garrido y un breve texto de Alexander Lavrentiev, nieto del artista, quien asegura que ochenta años después de haber sido escritas nos podemos identificar con muchas de sus reflexiones: «Nos fiamos del parecer de Ródchenko como nos fiamos de sus fotografías documentales», asegura.
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