Literatura

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Sentido del humor

La Razón
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En tiempos difíciles es cuando se demuestra la imperiosa necesidad del humor. Los discursos de nuestros políticos carecen de aquel sentido que antes definía a los británicos. Aunque, en apariencia, nada tenga que ver ni con la oratoria ni con ejercicio de la cosa pública ni con haber nacido en las Islas, recomendaría a los protagonistas y también a cualquier interesado un libro reciente, «El mejor humor inglés», que ha antologizado el editor Jorge Herralde entre libros de su propio catálogo, quien parece poseer el don de la ubicuidad, porque, como Beatriz de Moura, está siempre en los medios, lo que debe ser bueno para el negocio y excelente para la promoción de los autores que eligió. Herralde eligió el estilo inglés. Uno y otra han logrado, no sé si con esfuerzo, el ideal que añoraba José Manuel Lara Bosch como editor futuro: disponer de la capacidad de elegir, diseñar y hasta promocionar los libros. En realidad, política y literatura se han distanciado en tiempos recientes. Antes, fueron de la mano, no digamos en los Siglos de Oro, también en época más reciente: desde Larra, Espronceda o el Duque de Rivas hasta Azorín, Azaña, C.J. Cela o Jorge Semprún, por mencionar ejemplos notables. El sentido del humor no equivale al sarcasmo ni a la sal gruesa que hoy se estila en el Parlamento. Claro es que para practicarlo, sea al estilo británico o al que sea, se requiere inteligencia y un dominio cordial del lenguaje. Por ejemplo, no puede hablarse de «ambos dos», como dijo la pasada semana la portavoz de uno de las dos grandes formaciones políticas nacionales.Cabría admitirlo, tal vez, en el portavoz de ERC, que se ufana en la pretensión hegemónica del catalán en la Cataluña de un futuro improbable. También Josep Pla, inteligente escritor bilingüe, se servía de lo que tradicionalmente podría calificarse como catalanismos, no sin deliberada ironía, al escribir en castellano, porque era capaz, como Joan Maragall, de escribirlo correcta y brillantemente. Pero el sentido del humor no está relacionado necesariamente con el estilismo o la corrección formal. Herralde, en el mencionado libro se permite en la página y media introductoria un fino rasgo de humor que apreciarían un británico y hasta un español: «Como es sabido, los ingleses inventaron también el fútbol: casualmente, los seleccionados aquí son once, un equipo imbatible». Seguro que, dejando a un lado preferencias editoriales, un imparcial lector de literatura británica podría formar otro equipo sólido que ganaría, no sé si por goleada, comenzando, entre otros, por el ya clásico Swift. A nuestros políticos les hace falta también cierto barniz cultural, algunas horas de lectura –no en Internet, de momento–, sino en la forma del libro tradicional, en papel y desencuadernable, como prefiere José Manuel Lara Bosch en unas interesantes declaraciones. No olvidemos que Carvalho, el personaje que inventara Manuel Vázquez Montalbán, iba descomponiendo el artefacto, página a página, y echándolo al fuego purificador, como hiciera en su tiempo Don Quijote. El sentido del humor procede de una educación adecuada. Debe ser cierto, como aseguran las instituciones internacionales que nos controlan, que andamos mal encaminados. Por ello nuestro Presidente opina que la solución de nuestra crisis pasa por la educación; es decir, va para largo. No estamos a la cola de la Unión Europea, pero no vamos finos. La globalización de la inteligencia no traspasó, salvo excepciones, los Pirineos.