Música

Sevilla

Springsteen: el rock estalla en el infierno sevillano

El «Boss» sucumbe al «color especial» de la ciudad en el arranque de una enérgica exhibición junto a la mítica E Street Band para hacer vibrar a más de 30.000 entregados seguidores en el Estadio Olímpico

Springsteen: el rock estalla en el infierno sevillano
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Bruce Springsteen se estrenaba ayer en Sevilla, pero el concierto que ofreció anoche en el Estadio Olímpico pareció más bien el reencuentro con una ciudad que llevaba toda la vida esperándole. Quizás fuera por la absoluta e incondicional consagración que demostraron al «Boss» los más de 30.000 asistentes al espectáculo, o por la entrega con la que el veterano artista y su E Street Band supieron enfervorizar al público con grandes muestras de su rock más clásico. Lo cierto es que la conjunción fue perfecta desde la versión acordeonista de «Sevilla tiene un color especial» y durante las tres horas largas de buena música que hicieron estallar definitivamente el infierno en que se había convertido el Estadio Olímpico debido a la euforia y al insoportable calor.Ni la extensa espera ni la alerta amarilla por las altas temperaturas parecieron hacer mella en sus seguidores, que aguantaron estoicamente hasta pasadas las diez de la noche para ver aparecer sobre el escenario al mítico Bruce Springsteen, vestido de oscuro y magníficamente acompañado por Clarence Clemons, Steve van Zandt, Max Weinberg y buena parte de su banda de siempre. Tres «¡Hola, Sevilla!» sacudieron a un respetable que ya sólo quería acción, espoleado en perfecto castellano –«¡vamos!», gritaba– por el de Nueva Jersey. En el escenario mandaba la música, pura y dura, sin excesos de luz y color. El ambiente estaba caldeado, pero cualquier termómetro hubiera sucumbido en el Olímpico cuando se escucharon los primeros acordes. El «Jefe» sabe cómo complacer a los suyos, e incluso él mismo parece sentirse más cómodo entonando sus temas de siempre, así que desde el arranque del concierto se acabó de meter a todos los presentes en el bolsillo al ritmo de «Badlands» o «Hungry heart». Springsteen manda, la banda ejecuta (con la premeditada perfección que la caracteriza) y el público obedece coreando hasta desgañitarse letras que hablan de corazones rotos y de esperanza.El último disco, el que tiene a Bruce y sus «chicos» en la carretera, sonó pronto con «Outlaw Pete», otro disparo de rock genuino de la casa rematado con sombrero de «cowboy». Es, además, la canción con la que abrió esta larguísima gira (la más extensa de su carrera) en marzo pasado y en su hogar, Asbury Park.Conexión en español El diálogo con su público fue intenso durante todo el espctáculo: «Out in the street» lo puso a sus pies –literalmente enganchados a él– y respondió con sevillanía al lanzamiento de un abanico para mitigar el calor. Incluso se había preparado un pequeño discurso para pedir «¡nosotros ponemos la música y necesitamos ruido!».Volvió a «Working on a dream» para interpretar el tema que da nombre a este trabajo, pero poco más del Sprigsteen reciente. La verdad es que, con 14 discos de estudio en el mercado, más otros 15 de recopilatorios y directos en más de 35 años de trayectoria, este rockero casi sexagenario (cumple en septiembre) tiene repertorio de sobra para elegir. Y no lo hizo mal, mientras el público saltaba, bailaba, cantaba y aplaudía extasiado la magnífica forma física, mental y musical de el «Jefe» sobre el escenario al atacar con «Murder incorporated» o «Johnny 99», sin concederse un respiro más que para presentar a su banda.Su faceta de removedor de conciencias y artista comprometido se reflejó inevitablemente en la elección de varios temas de «The rising», ese álbum que resultó un bálsamo para sus seguidores en su país y en medio mundo tras los atentados del 11-S. Con aún más regusto americano, oscilando con contundencia entre el folk, el soul y el rock más sincero, sonaron canciones como «Waiting on a sunny day», «Lonesome day» o, definitivamente, «The rising». Estas últimas vinieron casi en la recta final del programa establecido, como anticipo de la descarga eléctrica que supuso sobre el Olímpico otro mítico himno. El ritmo imparable de «Born to run» desembocó en una avalancha de energía que fluía con libertad entre el escenario y el público, pero siempre liderada por un «currante» del rock que sigue sudando la camiseta (de forma literal) sobre el escenario para contar pequeñas grandes historias, armado con una armónica, una guitarra eternamente desvencijada y muchas ganas de agradar, por mucho tiempo que pase y sin que lo abultado de la cuenta corriente de una fulgurante estrella del firmamento musical planetario le desvíe de su trabajo. Sobre las tablas, Bruce Springsteen es poderoso y enérgico, y no necesita recurrir a aditivos, colorantes o conservantes para mantener su nivel en lo más alto.De nuevo en el escenarioCasi sin aliento tras dos horas de diversión desenfrenada, sólo unos momentos de respiro para, a continuación, perpetrar los «bises» en forma de «miniconcierto». El mejor momento para disfrutar con el Springsteen que igual recurre a los aires nostálgicos que a veces destila «American land» que a su faceta versionadora, o a los orígenes del chaval de Nueva Jersey que llegó con 24 años a la cima del rock para quedarse. Con «Dancing in the dark» se desató el movimiento en cada músculo de los presentes en el más que acalorado recinto hispalense. También sonó su particular visión del «Twist & shout» antes de echar el telón a un concierto que no quería terminar. Primero fue Bilbao y en pocos días llegarán Benidorm, Santiago y Valladolid. Pero para Sevilla siempre habrá un antes y un después de Bruce Springsteen, como la confirmación de las aspiraciones de una ciudad que empieza a sonar en los circuitos musicales internacionales para convertirse en parada obligatoria de grandes artistas. Utilizando palabras del jefe del «Boss»... ¿Yes, we can?

El goteo de seguidores por el calor favorece los accesosLas horas previas a la eclosión de Springsteen fueron de absoluta tranquilidad. La movilización de las más de treinta mil personas que se citaron en el Estadio de la Cartuja se realizó de manera escalonada, por lo que sólo se vivieron pequeñas aglomeraciones en los accesos de pista. Junto a esas puertas tenían su parada las líneas C1 y C2 y las lanzaderas habilitadas por Tussam desde el puente de la Barqueta, que funcionaron sin ningún tipo de incidencia destacable. La apertura de puertas se produjo a las seis. Cuatro horas en el limbo en las que los más acérrimos –esos que incluso durmieron a las puertas del recinto para procurarse el mejor sitio– no cesaron de corear las canciones que tenían la esperanza de escuchar de la garganta rota del «Boss». El calor, omnipresente, concedía un respiro junto a las barras, estratégicamente situadas para incitar al consumo de cualquier elemento refrescante al «popular» precio de tres euros mínimo el vaso. La maquinaria norteamericana trajo consigo también un «merchandising» infinito, una buena distracción mientras los previsores apuran el «bocata» antes de adentrarse en el Estadio. Con la caída del sol, la pista se llenó y todo estaba preparado para recibir al «Jefe» de la E Street Band.