Feria de Málaga

Toros buenos y público dadivoso

Toros buenos y público dadivoso
Toros buenos y público dadivosolarazon

Hay días, como ayer, que un mismo público se comporta de forma distinta que en anteriores tardes, sin motivo aparente. La tanda de espadas no supo, o no pudo, aprovechar como es debido la excelente condición de la corrida de Manuel González. El Cordobés, ni siquiera tuvo gracia en sus saltos de rana y desplantes. Rivera Ordóñez, apagado en su primero, se inventó en el quinto una faena de gestos, trapazos y desplantes, vacía de ángel y sosiego. César Jiménez, estirado y soso. El Cordobés no se enteró que su primero tenia un gran temple, al que había que torear en consonancia. Además, para emocionar al personal con semejante animal era preciso cruzarse y pasárselo cerca. Pero no, trapazos por aquí y allá. Al final, ni siquiera animó el cotarro con el salto de la rana. Estocada caídaEn el cuarto, ya el público más sentimental, se sacó la espina con una faena propia de plaza de carros no de ésta, de primera categoría. No acertó a dar ni un solo muletazos acoplado a la nobleza de la res. No obstante, tras alardes, revueltas y estocada caída, no se sabe por qué, el público se desgañitó pidiendo la oreja. ¡Y se la concedieron!Francisco Rivera Ordóñez no supo qué hacer al segundo, mansón y tontón. Triste y soso, no se animó a pesar de los olés femeninos. Pases y más pases, sin gracia ni interés. Se vivificó con el buen quinto al que recibió con una larga arrodillada. Banderilleó con soltura e inició la faena de rodillas. Parecía que la cosa iba en serio. Pero, no. Derechazos fuera de cacho y sin nervio. Los naturales, sin acabar de afianzarse. El clamor vino con las pródigas espaldinas, las miradas al tendido y los desplantes. El griterío de mujerío se adueñó de la plaza. A partir de entonces, hasta el bajonazo final, el delirio.César Jiménez, impávido, no dijo nada de nada en el tercero. Muchos pases, rematados hacia fuera y en línea, terminaron por aburrir a la gente. En el sexto, calentó con tres muletazos iniciales por la espalda, pero los naturales que siguieron enfriaron. Fríos trapazos diestros hicieron peligrar el éxito. Menos mal que recurrió a los rodillazos y desplantes y enderezó aquello. Las manoletinas y espaldinas finales acabaron de romper el hielo. Y los tendidos se alzaron, pidieron la oreja. A la postre, como en los cuentos, comieron perdices.