Historia

Artistas

Un mundo que desciende

No fueron pocas las gentes que tuvieron tan claro como Baudelaire lo que nos ocurría; y también sabían que no se había perdido nada, sino que se había pisoteado todo

La Razón
La RazónLa Razón

Es largo ya el tiempo que llevamos hablando de los funerales de casi todo, y luego todo ha sido una cadena de noticias mortuorias del pasado, aunque también un festival por esto mismo, y por la aurora que amanecía con ello para la humanidad entera. Pongamos por caso como el día en que el urinario pintado por el señor Marcel Duchamp recibió la misma honorabilidad, que una virgencita de Filippo Lippi o una estancia de Vermeer. O, más bien mayor, porque era absolutamente necesario que, sobre aquel viejo arte, corrompido y obsceno, como afirmaban los surrealistas y otros istas, se alzara el nuevo; y «cuanto más prusiano y bolchevique, mejor», decía el grito de guerra de aquellos sepultureros de aquel viejo arte, literatura, y pensamiento. La cortesía y la bondad comenzaron a ser síndromes de gentes enemigas del pueblo, y, desde luego, el amor gratuito a ser puesto a irrisión o explicado por las ciencias sociales de la bajeza mental y moral. Y seguramente de lo primero que habría que hablar acerca de este asunto de una cultura que desciende y se disuelve es de las gentes que fueron devoradas y consumidas en ese descenso. Es decir, de los miles y miles de europeos imbuidos por la vieja cultura, y que por eso mismo fueron eliminados por los dos grandes totalitarismos; mientras el poder era ocupado por gentes que a esa cultura odiaban, y hacían temblar al mismo Gorki, que no era hombre de muchos escrúpulos, al solo pensamiento de que la civilización en sus manos se dirigía a su fin, porque sólo podrían generar mentira y fuerza bruta. Pero es más melancólico aún el otro pensamiento de que la transmisión cultural de generación a generación comenzó a hacerse imposible por la ausencia de los eliminados, y por el avezamiento de las nuevas generaciones en el odio a los padres y a los muertos. Éstos nunca han importado a la barbarie, y esto fue lo que Bajtín contestó a sus jueces para explicarles por qué se sentía amenazado.De manera que ni siquiera amenazaba ya, a la humanidad, aquella «cultura media» de la que hablaba Goethe como el peor mal, sino que esa humanidad se instalaba en el ahora y en la nada, y esta aparecía como una confortable y deliciosa estancia en lo banal. Hace tiempo que venimos oyendo el «ritornello» de la pérdida y ausencia de valores, como si se tratase del llavero o del monedero que se han extraviado, pero quizás ya nos hemos convencido de que no hemos perdido nada, sino que hemos comenzado a disolver todo, con verdadero gozo, y en medio de las invocaciones a los prusianos y a los bolcheviques, como decían los artistas de las vanguardias. Los invocados acudieron a la cita, y nosotros nos instalamos alegremente en la tierra devastada que dejaron, y orgullosos de no saber, ni nos importa, qué diferencia pueda haber entre el mal y el bien, la víctima y el verdugo, lo justo y lo injusto, la fealdad y la hermosura, la ignorancia y el saber, la verdad y la mentira, la virtud y el vicio o el crimen. Hemos aprendido que todo es pura circunstancia, y el crimen simple iniciativa de la subjetividad, regida por las mismas fuerzas que llevaron a Beethoven a crear su obra, y sólo descaminada por la maldad social, de manera que sería injusto y perverso su castigo. Todo eso que nos permitía distinguir la mano derecha de la izquierda, y nos impedía ser un «vil ganado», era la herencia de los padres que todos hemos rechazado y seguimos poniendo a irrisión pública. Y hemos llegado simplemente allí donde se nos advirtió que llegaríamos: a la absoluta anomia intelectual y moral. Y, entre tantos avisadores de esta situación nuestra, podríamos pensar, por ejemplo, en Baudelaire diciendo: «Exijo a todo hombre pensante que me muestre qué queda de la vida», aunque «la ruina generalizada no se mostrará únicamente o de manera especial por las instituciones políticas o por el progreso generalizado o como se llame. Se mostrará en la bajeza de los corazones».Estaba escrita, y seguramente se esperaba que nos fuéramos acostumbrando a ella. Pero no fueron pocas las gentes que tuvieron tan claro como Baudelaire lo que nos ocurría; y también sabían que no se había perdido nada, sino que se había pisoteado todo. Y quizás todavía, aunque ya sea tan tarde, siga habiendo hombres que tampoco acepten el miedo ni el odio ni las fascinaciones de un final suicida.Y quizás sólo permanezcan ahí como una excrecencia del pasado; pero es una presencia decisiva.