Burkina Faso

El predicador que alentaba la yihad a través de las ondas en Burkina Faso

Ibrahim “Malam” Dicko azuzaba en su cadena de radio la frustración de la población con proclamas radicales que abrieron el país a Al Qaeda y el EI

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Los habitantes de la región del Sahel, una vasta franja de matorrales espinosos debajo del desierto del Sáhara, recuerdan haber aplaudido a Ibrahim "Malam" Dicko al denunciar el Gobierno de su país respaldado por Occidente y a la Policía a través de las ondas. Las palabras que pronunció avivaron la ira de una población frustrada y ayudaron a convertir sus hogares en un caldo de cultivo para la Yihad.

"Lo aplaudimos", dijo Adama Kone, un maestro de 32 años de la ciudad de Djibo, cerca de la frontera con Mali, quien fue uno de los que se entusiasmó con las palabras de Dicko. "Él entendió nuestra ira. Le dio a los jóvenes fulani una nueva confianza".

En su mayoría pastores, los hombres jóvenes como Kone del pueblo fulani se sentían acorralados por agricultores más prósperos, favorecidos por el Gobierno de Uagadugú. El predicador explotó con éxito sus conflictos sobre la disminución de los recursos de tierra y agua, y las frustraciones de las personas enfadadas a causa de un Gobierno corrupto e ineficaz, para lanzar así el primer movimiento yihadista indígena del país. Esto despejó el camino para que los grupos afiliados a Al Qaeda y al Estado Islámico se introdujeran en Burkina Faso.

Desde las primeras transmisiones de Dicko, Burkina Faso se ha convertido en el foco de una campaña yihadista por parte de tres de los grupos armados más peligrosos de África Occidental que han forjado su influencia en casi un tercio del país, mientras que gran parte del mundo se centraba en la crisis de su país vecino, Mali. Los combatientes islamistas cerraron las escuelas, mataron a los cristianos en sus lugares de culto y pusieron cadáveres con trampas que explotaban.

Desde 2016 la violencia islamista ha acabado con la vida de más de 1.000 personas, desplazando a casi 500.000, la mayoría de ellas este último año. En 2019, el número de fallecidos registrados hasta el mes de octubre era de al menos 755, en casos relacionados con violencia que involucraba a grupos yihadistas en todo Burkina Faso, según un análisis de Reuters.

El maestro Kone es uno de los antiguos seguidores de Dicko que lamentan el entusiasmo con el que se llevaron a cabo las acciones. “Les entregamos los micrófonos en nuestras mezquitas”, dijo. “Cuando nos dimos cuenta de lo que estaban haciendo, ya era demasiado tarde”. Huyó a Uagadugú hace dos años, después de que aparecieran islamistas armados en su escuela.

Un mensajero local

Según los informes, Malam Dicko murió de una enfermedad a finales de 2017. Durante los últimos años de su vida transmitió un mensaje de igualdad y modestia, y sus sermones canalizaron graves frustraciones en el norte de Burkina Faso, donde las personas empobrecidas han sido minadas por los funcionarios corruptos.

Los habitantes se quejan de que sus pocas interacciones con el Estado tienden a ser depredadoras: los burócratas exigen dinero para emitir títulos de propiedad de sus hogares y luego nunca proporcionan los documentos. Los gendarmes cobran hasta 40 dólares por eliminar una queja, además de existir misteriosos impuestos y extorsiones en los controles policiales. El teniente coronel Kanou Coulibaly, comandante de un escuadrón de la policía militar y jefe de entrenamiento de las Fuerzas Armadas de Burkina Faso, reconoció que los norteños "se sienten marginados y abandonados por el Gobierno central".

Alrededor de 2010, Dicko, quien estudió en Arabia Saudí en los ochenta, comenzó a aprovechar este descontento. Denunció la corrupción por parte de los líderes religiosos tradicionales y las prácticas que consideró no islámicas, incluidas las lujosas bodas y las ceremonias de nombramiento. El movimiento que creó, Ansarul Islam (Defensores del Islam), abrió un camino a los militantes de fuera de Burkina Faso, particularmente en Malí.

A principios de 2013, las fuerzas francesas golpearon el norte de Mali para arrebatar el control a los combatientes vinculados a Al Qaeda, que habían tomado la región el año anterior. Dicko se desplazó hasta la frontera para unirse a los militantes, dijo Oumarou Ibrahim, un predicador sufí que conocía a Dicko y que estaba cerca de su "número dos", Amadou Boly.

En Mali, Dicko se unió a Amadou Koufa, un compañero de los fulani cuyas fuerzas han desatado disturbios en el centro de Mali en los últimos años. Las fuerzas francesas detuvieron a ambos cerca de la frontera con Argelia, si bien Dicko sería liberado posteriormente, en 2015.

Estableció su propio campo de entrenamiento en un bosque a lo largo de la frontera entre Mali y Burkina Faso, según pudo saber Reuters. El predicador forjó lazos con un grupo armado de malienses que controlaban las rutas comerciales de drogas y ganado. Ese mismo año, en la radio, instó a los jóvenes a respaldarlo, “incluso a costa de derramar sangre”.

Blancos y colonizadores

Durante algunos años, el presidente de Burkina Faso, Blaise Compaore, había logrado mantener buenas relaciones con los islamistas de Mali. Pero en 2014 trató de cambiar la Constitución para extender su mandato que alcanzaba por aquel entonces los 27 años. Los habitantes de la capital lo acabaron relegando de su cargo.

Sin Compaore, Burkina Faso se convirtió en objetivo. Apenas dos semanas después de la elección de un nuevo presidente, en enero de 2016 se produjeron dos ataques, uno contra el Hotel Splendid y otro contra un restaurante en Uagadugú, que se saldaron con 30 personas fallecidas. El atantado fue reivindicado por militantes vinculados a Al Qaeda con sede en el norte de Malí.

Dicko se volvió aún más radical después de los ataques: se peleó con sus asociados, incluido su "número dos", Boly. Ibrahim. El predicador sufí dijo que Boly llegó a su casa en la aldea de Belhoro en noviembre de 2016 agitado porque Dicko le había ordenado recaudar dinero para pagar los rifles AK-47 y los lanzagranadas de Mali.

Boly se negó y Dicko lo amenazó, dijo Ibrahim. O Boly estaba con él o con “los blancos y los colonizadores". Dos semanas después, hombres armados asesinaron al "número dos" de Dicko fuera de su casa en Djibo. Ibrahim declaró que huyó de su propia aldea al día siguiente. El maestro Kone, cuya casa estaba calle abajo, afirmó que escuchó los disparos ese día. A todo esto le siguió una ola de asesinatos. Los militantes asesinaron a funcionarios, volaron puestos de seguridad, y ejecutaron a maestros en las escuelas.

Un día de mayo de 2017, Kone llegaba tarde a la escuela cuando recibió una llamada telefónica de un colega. Hombres armados del movimiento de Dicko fueron hasta allí y preguntaron por él. Como consecuencia, Kone cerró la escuela y se marchó a Uagadugú.

Trampas

Estados Unidos sancionó a Ansarul Islam, el movimiento creado por Malam Dicko, en febrero de 2018, encabezado entonces por su hermano, Jafar. La organización aún controla gran parte de las áreas fronterizas del norte de Burkina Faso, pero no están solos. Actualmente otros dos grupos también han establecido una presencia en las fronteras del país, según el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR). El Estado Islámico en el Sáhara domina a lo largo de la frontera oriental con Níger. Y el Frente de Liberación Macina de Koufa, que está estrechamente alineado con Al Qaeda, está activo en la frontera occidental con Mali.

Se cree que los combatientes de los tres grupos cooperan entre sí y con otros grupos. Sus ataques, incluido el secuestro y asesinato de un ciudadano canadiense en enero reivindicado por el Estado Islámico, se están volviendo cada vez más brutales. En marzo, un funcionario de seguridad de Burkinabe dijo a Reuters que los militantes introdujeron una bomba dentro de un cadáver y la vistieron con un uniforme del Ejército, matando a dos médicos en el momento de su explosión, una técnica utilizada por los combatientes malienses. Los recientes ataques contra iglesias han matado aproximadamente a unas 20 personas, contando además con el secuestro de un sacerdote en el mes de marzo.

La Unión Europea y sus Estados miembros se han comprometido a aportar 8.000 millones de euros durante seis años para combatir la pobreza en la región, pero hasta ahora las respuestas de Uagadugú y Occidente han sido mayoritariamente militares. Por su parte, Naciones Unidas ha gastado 1.000 millones de dólares cada año desde 2014, en una fuerza militar de mantenimiento de la paz con 15.000 efectivos en Malí.

Francia tiene en estos momentos 4.500 soldados estacionados en toda la región. Estados Unidos estableció bases de drones, realizó ejercicios de entrenamiento anuales y envió 800 soldados a los desiertos de Níger. Liderados por Francia, las potencias occidentales han proporcionado fondos y capacitación a una fuerza regional antiterrorista conocida como G5 Sahel compuesta por soldados de Mali, Níger, Burkina Fasso, Chad y Mauritania.

A pesar de todo esto, la violencia islamista se ha extendido hasta ahora a lugares a los que no había llegado anteriormente, a medida que se intensificaban las tensiones, como las que despertaron el apoyo a Dicko.“Tienes una solución que está absolutamente militarizada para un problema que es absolutamente político”, dijo Rinaldo Depagne, director de proyectos de África Occidental en International Crisis Group, una organización de expertos independiente. “La respuesta no está abordando estos problemas”.

Ciclo de abusos

El hecho de que una gran cantidad de los reclutas sean fulani ha provocado una reacción violenta por parte de otros grupos étnicos, y también que aquellos que huyeron del norte de Burkina Faso se hayan quejado de que tenían escasa protección.

Una mujer dijo que hombres armados en motocicletas atacaron su pueblo, Biguelel, en diciembre del año pasado. Los pistoleros acusaron a su familia de coludir con "terroristas" simplemente porque eran fulani. Le prendieron fuego a su casa y mataron a tiros a su esposo y a docenas de personas, aunque ella consiguió huir.

Al día siguiente, la mujer, Mariam Dicko, y unas 40 personas más acudieron a un puesto de policía militar en el cercano pueblo de Yirgou. Su respuesta fue: “el conflicto ya ha terminado, así que no podemos ayudaros", dijo la mujer de apellido Dicko, bastante común en el país.

Kanou, el comandante de la policía militar, reconoció que las tropas a veces no estaban presentes cuando era necesario. “Cuando las patrullas están siendo atacadas, es más difícil atender las necesidades de las personas”, agregó. “Tenemos que tomar medidas para protegernos”.

En la medida en que las fuerzas occidentales dependen cada vez más de sus socios del Sahel, los grupos de derechos humanos y los habitantes se quejan de que a veces se pasa por alto los abusos cometidos por los locales. Cuatro testigos describieron a Reuters ejecuciones de presuntos insurgentes durante varias operaciones. Estos se refirieron a un incidente en la aldea de Belhoro el 3 de febrero, en el cual las Fuerzas de Seguridad ordenaron a nueve hombres que salieran de sus hogares, matándolo a tiros, según dos mujeres que lo presenciaron.

El Observatorio de Derechos Humanos, con sede en Nueva York, documentó 19 incidentes de este tipo en un informe en marzo en el que se establecía que 116 hombres y niños fueron capturados y asesinados por las Fuerzas de Seguridad. El Gobierno dijo que el Ejército está comprometido con los derechos humanos y está investigando las acusaciones. “En nuestra lucha necesariamente habrá víctimas inocentes, no porque queramos, sino porque estamos en una zona conflictiva”, dijo Kanou. El embajador de Estados Unidos, Andrew Young, afirmó que Estados Unidos asume cualquier “error”.