Bolivia

Enterrar las trincheras

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La llegada de Evo Morales a México supone un repliegue de la izquierda boliviana. Su exilio permite un nuevo equilibrio de fuerzas políticas en América Latina. En un continente donde la volatilidad, la incertidumbre, la complejidad y la ambigüedad (fenómeno VICA) se han hecho cotidianas, el expresidente de la nación que lleva el nombre del Libertador Simón Bolívar, encuentra refugio en una nación presidida por un líder sindical, igual que él, y que se empeña en levantar sus mismas banderas.

Morales, «símbolo del indigenismo», emblema, para muchos, de la lucha en contra de la explotación de los pueblos originarios, terminó violando la legalidad. Burlar la voluntad popular originó su salida del poder. El reclamo de los propios bolivianos, de las Fuerzas Armadas y de la Organización de Estados Americanos terminaron por ser ignorados. Evo intentó huir hacia adelante y la jugada le salió mal. Dejando a un lado las voces críticas y cegado por una vocación autoritaria, Morales terminó por dejar a su país prácticamente en llamas.

¿Podemos asegurar que no retornará al poder? Claro que no. El futuro de Evo Morales está, sobre todo, en las manos de aquellos que a partir de ahora asuman las riendas de ese país andino. En gran medida, en la estabilidad que la presidenta interina, Jeanine Áñez, garantice a partir de ahora y hasta la celebración de unas nuevas elecciones presidenciales. Esto supone, por un lado, la no persecución de miembros del partido de Morales.

Por otro, garantizar la tranquilidad en las calles, conteniendo a los descontentos y no dando argumentos a los militares y a la Policía para aplicar la fuerza en contra de eventuales manifestaciones.

Evo no regresará al poder mientras el nuevo presidente de Bolivia –producto de unas próximas elecciones– no descuide la banderas sociales que, hasta cierto punto, supo mantener en alza durante los casi catorce años que estuvo al frente del Ejecutivo nacional de su país. Evo no regresará al poder si el nuevo presidente de Bolivia, sea quien sea, consigue unir a los bolivianos y logre terminar con la polarización que tanto daño le ha hecho a ese país y de la que tanto se ha beneficiado el socialismo del siglo XXI.

El intento de Evo por discriminar la legalidad so pretexto de su condición de supuesto «hombre del pueblo» terminó por sepultarlo políticamente, por lo menos en el corto plazo. Él mismo destruyó el mito de que los indígenas y los sindicatos lo apoyan y le son incondicionales. Esa fabula romántica construida por la izquierda se extinguió. En consecuencia, la mezquindad y el desprecio por lo correcto terminó por darle el último empujón que lo sacó de su país.

El gran reto de Bolivia es el reordenamiento institucional. A partir de allí, el consenso, el acuerdo y la libre elección le darán legitimidad a los nuevos gobernantes que deberán lograr que un país se vuelva a reencontrar consigo mismo.