El Gobierno de Donald Trump
Un exultante Trump celebra sus logros ante el Congreso en el discurso del Estado de la Unión
El presidente norteamericano aprovechó para homanejear a Juan Guaidó y prometió “aplastar la tiranía” de Nicolás Maduro en Venezuela
Nadie puede decir que Donald Trump adolezca de falta de ego. Pero tampoco que no sepa aprovechar las oportunidades que le conceden sus rivales o abrumar con la puesta en escena. Para empezar se negó a saludar a la presidente del Congreso, Nancy Pelosi.
En la víspera de la votación en el Senado del “impeachment”, del que saldrá limpio, no iba a conceder ni la más estricta cortesía a una de sus némesis. Al enemigo ni agua. Aunque, justo es recordarlo, lo que ha desunido la guerra ideológica nacional bien puede unirlo la política internacional. Sucedió con el homenaje tributado a Juan Guaidó, cuando el presidente saludó al hombre que comanda las aspiraciones democráticas de Venezuela mientras el Congreso en pleno lo saludaba en pie. «Por favor», dijo Trump, «lleve de vuelta este mensaje: todos los estadounidenses junto al pueblo venezolano en su justa lucha por la libertad».
De paso señaló que «el socialismo destruye las naciones». Un mensaje que tenía varios destinatarios. Nicolás Maduro, por supuesto; pero también a un Bernie Sanders que nunca ha dudado en definirse como socialista y por el que Trump suspira como rival. «Nunca dejaremos que el socialismo destruya la atención médica estadounidense», añadió. El otro gran momento de la noche llegó al honrar al locutor Rush Limbaugh, enfermo de cáncer, al tiempo que anunciaba que la primera dama, Melania Trump, le impondría la medalla de la Libertad. La proclama emocionó al homenajeado, puso en pié a los republicanos y provocó la airada respuesta de los demócratas, que consideran a Limbaugh un periodista de trinchera.
«Es la economía, estúpido», repetía Bill Clinton en 1992, y el mensaje caló de tal forma que apenas que penetró el imaginario colectivo y es ya puro meme. Trump apenas necesitó cinco minutos en el discurso del Estado de la Unión para recordar que los números macroeconómicos son espectaculares. Pero lejos de circunscribirse a la pura economía, a las cifras del paro, rutilantes, o a los acuerdos con Canadá, México o China fue más lejos e invocó el «destino manifiesto del país» y explicó que «en apenas tres años destruido la idea del declive estadounidense».
Entre los momentos más polémicos de la noche acaso el definitivo llegó al mencionar el Obamacare, que a pesar de sus insuficiencias protege a los ciudadanos aquejados de enfermedades preexistentes, a los que las aseguradoras no pueden rechazar. Por supuesto su administración ha trabajado incansablemente para tumbar la legislación de Obama, causando incluso un choque inolvidable con John McCain. Pero todos esos nombres son ya historia y Trump, que tejió un discurso vibrante, saboreaba su gran semana.
En sus dedicatorias no faltó el terrorismo internacional, la conquista del espacio, el orgullo por las hazañas bélicas del pasado y la promesa de que el país abandonará de forma paulatina Afganistán. Detrás suyo Nancy Pelosi apretaba los dientes mientras la oposición en pleno vislumbra un 2020 mucho más espinoso de lo que imaginaba.
El “impeachment” morirá en unas horas, las encuestas empiezan a sonreírle y para cuando dio entrada al sargento Williams, recién llegado del frente, que abrazó por sorpresa a sus hijos y esposa, patidifusos, los republicanos irrumpieron en gritos patrióticos. Los asesores electorales del presidente estaban a punto de brindar con champán.
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