Donald Trump
Trump ajusta cuentas con sus enemigos tras salir airoso del “impeachment”
El presidente despide a dos altos cargos que le «traicionaron» mientras los demócratas eligen entre moderación o radicalismo
Todavía es pronto. Falta tiempo para evaluar las consecuencias que la “semana horribilis” del partido demócrata pueda tener en las elecciones de 2020. Pero son demasiados contratiempos, y demasiadas victorias acumuladas en tiempo récord por el presidente Trump, como para que a estas alturas no haya cundido el pánico en el Comité Nacional del partido.
A los estrategas les basta con considerar algunos datos. El domingo 2 de diciembre, es decir, antes de arrancar la digestión de noticias negras, la NBC y el Wall Street Journal hicieron pública una encuesta demoledora. Si bien da por delante a Joe Biden, Bernie Sanders, Elizabeth Warren y Pete Buttigieg de Trump en unas eventuales elecciones, reduce la distancia hasta unos límites pírricos.
El que más ventaja saca es Biden, con 6 puntos, y el que menos Buttigieg, apenas 1. Pero sucede que entre medias hubo unos caucus en Iowa. Resulta que 48 horas después de cerrar los colegios y arrancar las dichosas negociaciones por los delegados el país todavía desconocía el nombre del ganador. Ocurre que entre medias hubo casi dos días de contradicciones, disculpas, balbuceos, patinazos, rumores, enfáticas promesas, investigaciones que nadie sabía cómo acabarían y comparecencias ante los medios dignas de una comedia del Peter Sellers más desatado y vitriólico. Ganó Buttigieg.
A falta de un nuevo recuento, dadas las sospechas crecientes. O sea, que en Iowa, más allá del conteo peripatético, los demócratas han sacado a hombros al candidato menos conocido por el público. Todavía más formidable, el propio Buttigieg y Sanders doblaron en votos a un Biden grogui.
Mitin épico
Pero los caucus son sólo la tercera parte de la semana aciaga. O bendita, considerada desde la risueña atalaya de un Trump que este mismo viernes protagonizó otro masivo acto de campaña, en esta ocasión en Charlotte, Carolina del Norte. «Es genial estar en Charlotte», dijo, «a medida que ampliamos y hacemos crecer este impulso económico sin precedentes».
Aprovechó para lanzar «una nueva campaña nacional para revitalizar ciudades y pueblos desatendidos en todo Estados Unidos: ¡se llama OPORTUNIDAD AHORA!». Mientras el presidente triunfaba con un mitin épico, mientras prometía medidas para revitalizar las economías castigadas por la desindustrialización, mientras sacaba de la bolsa lema con aspiraciones de convertirse en meme, los demócratas lloraban. Mascan despacio la derrota del impeachment. Un juicio político que se prometía épico. Que quedó en nada. Nunca lograron que el senado, dominado por la mayoría republicana, aceptase llamar a nuevos testigos.
Ni siquiera a John Bolton, ex consejero de Seguridad Nacional, que según el New York Times afirma en sus memorias, inéditas, que Trump le dijo que había ordenado paralizar la ayuda a Ucrania en tanto no colaborase en investigar a los Biden. A todo esto tocaba añadir el oprobio de un discurso del Estado de la Unión en el que Trump brilló como nunca. Estuvo chispeante, calmado, ingenioso, seguro de sus fuerzas, satisfecho. Un ejemplo de la oratoria encendida, emotiva y un punto gruesa que le caracteriza.
Ajuste de cuentas
Más un ajuste de cuentas, al igual que su apabullante rueda de prensa del jueves, cuando dedicó dos horas a darse coba y recibir aplausos mientras masacraba a sus enemigos y señalaba conspiraciones. El solemne discurso del martes, delante de las cámaras legislativas, fue un paseo triunfal. Y ofreció una ocasión perfecta para recrearse en la hecatombe emocional de Nancy Pelosi: subida al estrado, en un momento de gran boato institucional, rompió en directo el discurso que le acababa de ofrecer el presidente. Un gesto casi obsceno. De consecuencias letales. Que enardeció a los muy convencidos y provocó el disgusto de quienes contemplan el clima político con la prevención de enfrentar una batalla muy poco galante.
Casi inmediatamente después la Casa Blanca, y el propio Trump en su cuenta de Twitter, acusaron a la presidente del Congreso de hacer trizas los homenajes, aplausos, celebraciones y sueños de un héroe de la II Guerra Mundial, la medalla a un periodista seguido por millones y gravemente enfermo, las rutilantes ilusiones de un niño que quiere viajar a Marte y emular a Neil Armstrong, la lucha por la democracia y los derechos civiles del presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Juan Guaidó.
A todos ellos rendía tributo aquel discurso. Segundos antes del gesto brutal el propio Trump le negó el saludo a Pelosi. Pero la líder del partido había caído en la trampa. Aceptaba los términos de un combate que nunca podrá ganar. Son incomparables las habilidades de su rival para desenvolverse en los resbaladizos parámetros de la política/show. Cualquier intercambio en ese pantanal, por desesperados que estén, garantiza el fracaso. Incapaces de rivalizar con el control de los tiempos, el instinto matador y, claro, los dudosos escrúpulos de quien un día fue acaudalado emperador de los platós y la telebasura.
Despedidos por desleales
En esas condiciones la Casa Blanca anunció la defenestración del teniente coronel Alexander Vindman. El militar es el máximo asesor sobre Ucrania en el Congreso de Seguridad Nacional. Testificó en el Congreso, durante la investigación del impeachment, y a colaboradores del presidente de borrar u omitir frases de la transcripción de la charla el pasado 25 de julio entre Trump y el presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky. Vindman, que estuvo presente durante la llamada, nunca juzgó las omisiones como decisivas.
El otro caída en desgracia por testificar contra Trump en el juicio político es Gordon Sonland, el embajador de EE UU ante la Unión europea. Su defenestración demuestra que, en los mejores momentos y también en los peores, Trump aplica con precisión quirúrgica su exigencia de absoluta fidelidad. Una lealtad que por cierto está por ver mantengan sus atribulados contrincantes en el caso de que las primarias designen a un candidato que no sea de su agrado.
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