Bernie Sanders

El “vía crucis” de los demócratas en New Hampshire

El radical Bernie Sanders busca el desempate con la estrella ascendente del partido, el moderado Pete Buttigieg

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primarias demócratasJosé Luis Montoro

Llega la segunda estación en las primarias (¿el vía crucis?) demócratas. Llega New Hampshire y según una encuesta de la universidad estatal y la CNN en senador por Vermont, Bernie Sanders, sale en ventaja, con un 29% de los posibles votantes que apuestan a su candidatura y un 22% que afirma que optarán por Pete Buttigieg, ex alcalde de South Bend, en Indiana, gay y veterano de guerra. Lejos, a gran distancia, pedalean nombres como el de Joe Biden, que apenas si reúne un 11%, Elizabeth Warren, senadora por Massachusetts, con 10% en intención de voto, y Amy Klobuchar, senadora por Minnesota, perdida en un pírrico 7%.

Llama la atención, claro, la segunda posición de Buttigieg. Es el candidato del momento. La sonrisa de moda. El discurso del que todos hablan. Ha subido hasta la estratosfera tras la gran sorpresa de los caucus de Iowa. Es muy posible que el Comité Nacional Demócrata saliera de allí con serias magulladuras. El ridículo fue colosal. Pero Buttigieg, que aspiraba a imponerse como candidato de consenso, convencional, moderado, robó los focos y, de paso, medio liquidó las aspiraciones del ex vicepresidente Biden. Bastaba con observar a este último, en sus últimas apariciones, para concluir que su carrera hacia la Casa Blanca podría haberse gripado de forma inevitable. Mientras que Donald Trump sobrevivió al “impeachment” más lozano que nunca, Biden, maltratado por las especulaciones acerca de su hijo, de sus negocios turbios en Ucrania, de las fundadas sospechas de nepotismo, quedaría como primera pieza cobrada de una carrera larga. Una competición que no admite flaquezas. Que castiga de forma letal las indecisiones y dudas de un político veterano y sorprendentemente incapaz de brillar en ninguno de los debates televisivos.

«¿Es el partido demócrata el de Bernie Sanders?», preguntaba ayer mismo la revista Politico. Una cuestión capital porque, de confirmarse, el partido opta definitivamente por una campaña dura, sin medias tintas, sin buscar el centro. Una apuesta arriesgada. Cuando todos los sondeos aseguran que la distancia con el presidente Donald Trump, que fue muy rezagado en las encuestas durante años, no deja de disminuir. La llave de la Casa Blanca estará en manos de los indecisos y, sin embargo, los demócratas podrían consumar el gran salto de cortejar a las bases más izquierdistas, más escoradas al populismo, más alejadas también del discurso y las motivaciones de Obama en 2008 y 2012. Si la fórmula de Hillary Clinton no logró sobreponerse al huracán Trump en 2016, parecen razonar algunos, no fue tanto por un exceso de políticas posmodernas, tal y como expuso en su momento el profesor Mark Lilla. Antes al contrario los estrategas redoblarían la audacia y harían hincapié en los valores duros de un socialismo que en EE.UU. siempre fue anatema. El terror de muchos es que con Sanders EE.UU reproduzca la debacle del laborismo con Jeremy Corbyn. Basta con salir a la calle estos días en ciudades como Nueva York, eminentemente demócrata, para concluir que el miedo forma ya parte inevitable del horizonte electoral.

La respuesta de algunos, por ejemplo del columnista del New York Times Frank Bruni, consiste en afirmar que la única respuesta posible a Trump es, precisamente, encerrarlo en un ring catódico con su alter ego. Un Trump en negativo. Un político igual de visceral, radical, contundente, heterodoxo, enemistado con las viejas costumbres y los usos del debate tradicional, y capaz de apelar al combustible de las emociones, que es el que últimamente más y mejor conmueve las palancas electorales en todo Occidente. Para demostrar que está cortado en un patrón distinto, que su aleación es diferente, Sanders ya ha llevado la contraria a los suyos y les ha pedido que cuenten uno a uno los votos de Iowa. No se cree que fuera segundo, cuando en realidad ganó en número de papeletas. Quiere más delegados de los 12 que le dieron, por 14 a Buttieg. A este por cierto, sus rivales ya le disparan con todo lo que tienen. Pudo verse en el debate del pasado viernes, cuando los periodistas le preguntaron por el aumento de detenciones en South Bend por tenencia de drogas, generalmente marihuana, no bien Buttigieg alcanzó la alcaldía. Dado que las cantidades aprehendidas eran muy pequeñas y la mayoría de los detenidos jóvenes afroamericanos llegaron las primeras insinuaciones de racismo. El ex alcalde insistió en que aquello fue necesario para «para reducir la violencia de pandillas» y que todo obedecía a una estrategia para «prevenir la violencia». Por supuesto habló de «eliminar los efectos del racismo sistémico, no solo de la justicia penal, sino también de nuestra economía, de la salud, de la vivienda y de nuestra democracia misma». Pero la semilla estaba plantada. Los electores escucharán ese argumento más veces.

South Bend es una ciudad dura y la policía tiene un historial discutido. Resulta naturalísimo que cuestionen a un Buttigieg por vez primera con vitola de favorito. El candidato que más atraía al votante negro, Joe Biden, su gran rival, parece de retirada. En el destino de esos votos, por vez primera huérfanos, pueden jugarse las primarias.